El camino de Francia by Jules Verne

El camino de Francia by Jules Verne

autor:Jules Verne [Verne, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1887-10-02T16:00:00+00:00


CAPÍTULO XV

De qué manera y en qué estado entramos mi hermana y yo en el hotel de las Armas de Prusia; lo que hablamos y lo que pensamos por el camino, no lo sé; en vano he tratado muchas veces de recordarlo. Probablemente no cambiaríamos una sola palabra. Si se hubiera podido notar la turbación que llevábamos, seguramente hubiéramos infundido sospechas. No hubiera sido preciso más para ser conducidos ante las autoridades. Se nos hubiese interrogado, acaso nos hubiesen detenido, si llegaban a descubrir qué lazos nos unían a la familia Keller.

En fin, no sé cómo, llegamos a nuestra habitación sin haber encontrado a nadie. Mi hermana y yo quisimos conferenciar antes de ver a monsieur y mademoiselle de Lauranay, a fin de ponernos de acuerdo sobre lo que convenía hacer.

Allí estábamos los dos, mirándonos como tontos, agobiados, sin atrevernos a pronunciar una sola palabra.

—¡Pobre desgraciado! ¿Qué ha hecho? —exclamó al fin mi hermana.

—¿Que qué ha hecho? —respondí—. Lo que hubiera hecho yo y cualquiera en su lugar. Monsieur Jean ha debido ser maltratado, injuriado por ese Frantz…, y le habrá herido; esto debía suceder más tarde o más temprano. Sí, yo hubiera hecho otro tanto.

—¡Mi pobre Jean! ¡Mi pobre Jean! —murmuraba mi hermana, en tanto que las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Irma —dije— ¡valor! ¡Es preciso tener valor!

—¡Condenado a muerte!

—¡Un minuto! —exclamé yo—. Ya se ha puesto en salvo; ya está fuera de sus alcances, y en cualquier parte que se halla ha de estar mejor que en el regimiento de esos bribones de Grawert, padre o hijo.

—¿Y esos mil florines que se prometen a cualquiera que lo entregue, Natalis?

—Esos mil florines no están todavía en el bolsillo de nadie, Irma; y, probablemente, nadie los cobrará nunca.

—¿Y cómo podrá escapar mi pobre Jean? Su nombre está esparcido por todas las ciudades y todas las aldeas. ¡Cuántos infames habrá que estarán deseando entregarle! ¡Los mejores no querrán recibirle en su casa ni por una hora!

—No te acongojes, Irma —respondí—. Todavía no está perdido todo. En tanto que los fusiles no están apuntados contra el pecho de un hombre…

—¡Natalis! ¡Natalis!…

—Y además, Irma, los fusiles pueden fallar: esto se ha visto muchas veces. No te acongojes. Monsieur Jean ha podido huir y refugiarse en el campo; esta vivo, y no es hombre para dejarse prender. ¡Él se salvará! No tengas miedo.

Lo digo sinceramente, si yo usaba este lenguaje, no era solamente para dar un poco de confianza a mi hermana, no; yo tenía confianza. Evidentemente, lo más difícil para monsieur Jean después del hecho, había sido emprender la fuga, y puesto que había conseguido realizarla, no parecía que fuese fácil echarle mano, puesto que los edictos prometían una recompensa de mil florines a cualquiera que lograse apoderarse de él. ¡No! Yo no quería perder la esperanza, a pesar de que mi hermana no quería escuchar nada.

—¿Y madame Keller? —dijo.

Sí; esto era quizás más grave. ¿Qué había sido de madame Keller? ¿Había podido lograr reunirse con su hijo? ¿Sabía lo que había ocurrido?



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