El buque fantasma by Clive Cussler

El buque fantasma by Clive Cussler

autor:Clive Cussler
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España


A kilómetros de distancia, Kurt Austin estaba menos relajado. Lo que había empezado como una misión personal de búsqueda de respuestas se había convertido en una operación internacional que había puesto a su mejor amigo en el la punta de la lanza.

Pasó horas estudiando los planos del rascacielos de Than Rang, donde se celebraría la fiesta. El edificio, con sus cincuenta y dos plantas de acero y cristal, era una maravilla de la ingeniería, que se elevaba como un monolito en pleno corazón de Seúl. Al llegar a la undécima planta, se había eliminado un lateral del edificio, formando una terraza al aire libre cuyo jardín ornamental ofrecía una de las mejores vistas de la ciudad.

Kurt reparó en que el jardín estaba protegido por un atrio de cristal, que dejaba el resto expuesto a los elementos. Se enteró de que los ascensores atravesaban una columna central y de que había escaleras en las cuatro esquinas. Descubrió que había pasillos de acceso detrás de algunas paredes y muchos espacios estrechos diseñados para alojar tuberías y conducciones eléctricas, y que contaban con puntos de entrada y salida para poder realizar tareas de mantenimiento.

Después de averiguar todo lo posible sobre el edificio de Than Rang, se entregó a otras distracciones: repasar las fotos que había sacado del yate de Acosta y ampliar las caras de aquellos a quienes había pillado en las instantáneas.

La cabeza bulbosa de Acosta resultaba visible con claridad en varias fotos, igual que la de la rubia con la que este había hablado en la cubierta.

Al escudriñar los rasgos de la mujer, Kurt empezó a pensar que le resultaba familiar. Tenía los pómulos marcados, los ojos marrón oscuro y las cejas más oscuras todavía. No tenía nada de rubia, pensó Kurt.

Amplió más la imagen y descubrió quién era.

—Una mujer disfrazada —dijo, al reconocer el rostro de la intrusa misteriosa con la que había luchado en el camarote de Acosta.

Conectó la cámara a un ordenador. Con un par de pulsaciones, descargó la imagen. A continuación cogió el teléfono y llamó a un número de Washington. Sonaron media docena de tonos antes de que respondiera una voz gruñona.

—¿Hola?

—Hiram, soy Kurt.

—Espero que esto sea un sueño —protestó Hiram Yaeger—. ¿Tienes idea de qué hora es?

Kurt casi había olvidado la diferencia de catorce horas entre Seúl y la capital estadounidense.

—Siempre he oído que el tiempo es un concepto relativo —replicó.

—En este caso, no —rezongó Yaeger—. Pero doy por sentado que esto es importante. ¿Qué necesitas?

—Te mando una foto de una mujer guapa.

—Es posible que mi esposa no lo vea con buenos ojos.

—Creo que es la mujer misteriosa del yate. Lo que pasa es que lleva puesta una peluca rubia. Se trata de una imagen nítida, tomada con teleobjetivo. A lo mejor puedes pasarla por tu máquina mágica para descubrir quién es. A menos que eso sea demasiado para el sistema.

La mera idea provocó un bufido burlón de Yaeger.

—Me duele que se te ocurra siquiera dudar de nosotros —replicó—. Nuestra tecnología de reconocimiento facial ha avanzado a pasos agigantados en los últimos años.



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