El buen padre (Indira Ramos 1) by Santiago Díaz

El buen padre (Indira Ramos 1) by Santiago Díaz

autor:Santiago Díaz
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-18052-22-4
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2021-06-30T00:00:00+00:00


Adolfo le sirve a Indira una infusión y se sienta frente a ella con cara de pocos amigos. Después de disculparse unas veinte veces, la inspectora se fija en que los cordones de uno de los zapatos del psicólogo están deshilachados, como si un perro se hubiera entretenido mordisqueándolos.

—¿Te has dado cuenta de que tienes los cordones...?

—Ni se te ocurra decirlo, Indira —la interrumpe el psicólogo, muy molesto.

—Está bien, perdona —dice ella sumisa.

—Creía que ya habías conseguido controlar esos impulsos. Pero resulta que te presentas en mi consulta sin avisar y me haces interrumpir una sesión con uno de mis pacientes, que lo más probable es que ya no quiera volver.

—Tienes toda la razón del mundo para estar cabreado conmigo, pero de verdad que es importante.

—A ver, ¿qué te ha pasado?

—Que anoche... estuve con un tío.

—¿Te acostaste con él? —pregunta Adolfo atónito.

—¿Qué dices? —Indira se espanta—. Solo nos besamos.

—¿Y no has ido a urgencias a que te hagan un lavado de estómago?

—No te lo tomes a coña, por favor —le ruega ella profundamente agobiada—. Para mí todo esto es desconcertante.

El psicólogo comprende que tiene razón e intenta olvidarse de lo irregular de la situación y ponerse en modo profesional.

—¿Quién era?

—Un policía de mi equipo. El subinspector Iván Moreno.

—¿El mismo subinspector Moreno al que sueles describir como un chulo, maleducado, inculto, sucio, vulgar, poco profesional, corrupto, niñato y machista? —pregunta el psicólogo, incisivo.

—Sigo pensando lo mismo de él, no te creas. Pero también he descubierto que tiene... algo.

—Es guapo, no me digas más.

—No está mal, pero en lugar de meterse con mis manías o de intentar convencerme de que lo que hago es absurdo, ayer se presentó en mi casa respetando lo que soy y dispuesto a hacerme la cena. Incluso compró una caja de guantes desechables para que me sintiera segura mientras él manipulaba los alimentos.

—¿Y lo consiguió?

—No mucho. Cada vez que tocaba algo lo contaminaba, pero la intención es lo que cuenta. Al final preparé yo la cena y estuvimos charlando y riéndonos hasta que, después de botella y media de vino, eso sí... pasó.

—¿Quién besó a quién?

—Creo que yo, pero ahora mismo tengo tal cacao que no puedo pensar con claridad. No sé qué me ha pasado.

—Que te gusta un hombre, Indira. No es tan estrafalario, ¿sabes?

—Es que creo que no me gusta —resopla abrumada—. Me he dejado llevar porque, por algún extraño motivo, me sentí cómoda. En ese momento ni siquiera pensé en cuánto tiempo llevaría sin hacerse una limpieza bucal.

—Eres experta en quitarle romanticismo a todo —dice Adolfo cabeceando—. Deberías olvidarte de limpiezas y de historias y estar contenta porque, después de cinco años, has roto la barrera del contacto físico.

—¿Y qué hago ahora?

—¿Cómo que qué haces ahora?

—Cuando llegue a la comisaría me lo encontraré de frente y no podré ni mirarle a la cara.

—¿Tú sabes la cantidad de compañeros de trabajo que se lían en las típicas fiestas de Navidad y no les pasa nada cuando se ven después de la resaca? Otra cosa es que estés enamorada de él.



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