El bosque de los mil farolillos by Julia C. Dao

El bosque de los mil farolillos by Julia C. Dao

autor:Julia C. Dao [Dao, Julie C.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción moderna
ISBN: 9788417167325
editor: Roca Editorial de Libros
publicado: 2017-11-15T00:00:00+00:00


23

Aquella noche, los eunucos irrumpieron en su habitación. Al verlos allí junto a su cama con un farolillo deslumbrante, Xifeng parpadeó varias veces.

—Registradla. Y revisad todas sus pertenencias —ordenó el maestro Yu.

—¿Qué significa esto? —balbuceó ella, apartando sus manos a manotazos.

Se inclinó sobre la almohada; esperaba que no buscasen debajo de ella y encontrasen los tesoros de su madre. Pero no les hizo falta, ya que uno de los eunucos, que rebuscaba entre su ropa en la silla, soltó un grito de triunfo.

—Maestro Yu, ¿dijo que era un objeto de oro? —preguntó con un deje engreído. Había sacado un peine de oro bellísimo con forma de luna creciente de la túnica que Xifeng había llevado durante todo el día.

—Exacto —dijo el maestro Yu—. Cogedla.

Dandan y Mei se sentaron en sus camas, siguiendo con la vista a los eunucos que sujetaban a Xifeng sin contemplaciones y la empujaban hacia la puerta.

—¡Soltadme! ¡No he hecho nada! —gritó ella.

El maestro Yu le dio un sonoro bofetón: un dolor punzante le atravesó media cara, dolorida aún por la herida reciente.

—No te atrevas a dirigirte a mí, vil campesina —le espetó—. A ver si aprendes modales.

El hombre los llevó hasta el patio. Muchas damas de compañía y eunucos se unieron en ropa de cama, con los ojos somnolientos cada vez más abiertos ante lo que estaba sucediendo.

Aunque había dejado de llover, el suelo seguía mojado. Los eunucos tumbaron a Xifeng, que se raspó las piernas desnudas con las baldosas de piedra. La luna brillaba sobre el látigo largo y diabólico que el maestro Yu llevaba en la mano. No dejaba de retorcerse, por lo que los eunucos la agarraron con más fuerza mientras ella buscaba con la mirada una cara amistosa. Solo vio una, encantadora y pálida como la luna, que hizo que le volviera a doler la cara, esta vez por el recuerdo: la señorita Sun estaba mirándola tranquilamente.

Haber destrozado la belleza de Xifeng no le había parecido suficiente. Habría contado con la ayuda de alguien —¿Dandan o Mei?— para colocarle allí el peine mientras dormía. Xifeng giró la cabeza de izquierda a derecha, pero Kang no estaba allí. No tenía un solo amigo que la salvara de aquella humillación.

—Desnudadla —ordenó el maestro Yu, y los eunucos le arrancaron la túnica.

Se arrodilló, desnuda y desesperanzada, tapándose los pechos con los brazos mientras le empujaban la cabeza contra el suelo. Le temblaban todos los músculos al cerrar los ojos por desesperación ante la traición de Guma y los espíritus de la magia, que la habían engañado con falsas promesas y la habían abocado a tal tortura.

Se retorció para soltarse una vez más. La agarraron por ambos hombros y la tumbaron para dejar la espalda a merced del látigo.

—Que reciba cien latigazos, maestro Yu —ordenó la señorita Sun.

—¿Cien, mi señora? Pensé que… —La respuesta del eunuco delataba cierta de sorpresa.

—¿Te atreves a cuestionarme? Cien.

«Voy a morir esta noche», pensó Xifeng. No sería más que un charco de sangre y jirones de piel sobre los adoquines. Cerró los ojos con fuerza mientras unas lágrimas calientes le resbalaban por las mejillas.



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