El bello verano by Cesare Pavese

El bello verano by Cesare Pavese

autor:Cesare Pavese [Pavese, Cesare]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1949-01-01T00:00:00+00:00


XVII

AL atardecer, Oreste, molesto, se marchó en el birlocho y se hizo de noche en el Greppo. Conseguí estar solo bajo los pinos hasta la hora de la cena. Pieretto y Poli charlaban junto al estanque. Poli, que todo el día había estado con el rostro hinchado y cansado, hablaba con voz sumisa —⁠me parecía oírle aquella noche en la colina, la noche de los gritos de Oreste⁠—. Notaba, más allá del seto, las exclamaciones de Pieretto, sus salidas perentorias. Poli se quejaba, hablaba de sí mismo, de su cuerpo.

—Al fin he comprendido que debía curarme, reponerme como si fuera un niño… Ciertas cosas nunca se llegan a saber del todo. Morir no me dio miedo. Lo difícil es vivir. Estoy agradecido a aquella desgraciada que me lo enseñó.

Hablaba despacio, con fervor, con aquella voz baja y clara.

—En lo más profundo de nosotros hay una gran paz, una alegría… Todo lo nuestro nace de ahí. He comprendido que el mal, la muerte, no viene de nosotros, no somos nosotros quienes los hacemos. Yo perdono a Rosalba; ella quiso ayudarme. Ahora es todo más fácil… Hasta Gabriella.

—¡Historias! —le interrumpió Pieretto con un gruñido. Las dos voces se confundieron un instante, pero ganó la de Pieretto⁠—. Eres un cara dura, pero a mí no me la das. Ni Rosalba quiso ayudarte ni tú tienes derecho a compadecerla. Erais dos cerdos. Deja en paz la inocencia.

—Estaba todo decidido —decía Poli en voz baja⁠—. Nosotros no somos quienes nos damos la muerte.

Las voces se alejaron bajo la luna. Olfateé los pinos en el aire todavía tibio. Sabía casi a marina, pinchaba. Durante todo aquel día vagabundeamos por el bosque. Gabriella nos había conducido a una pequeña gruta bajo la roca rodeada de helechos en donde brillaba un poco de agua estancada. En una hondonada encontramos un árbol con melocotones dulces como la miel. Oreste estaba sombríamente alegre. Lanzaba aquellos gritos suyos salvajes para asustar a Gabriella. Por la noche me di cuenta de que en el Greppo no se oían voces de campo, cloqueos, cantos de gallos, ladridos. Desde allí arriba se dominaba la llanura como desde una nube.

Fuimos a cenar cuando ya era noche oscura, con la mesa deslumbrante preparada en el salón. Pinotta temía las ojeadas de Gabriella y acudía a todo.

—La mesa es sagrada —había dicho Gabriella⁠—; mientras se puede se debe hacer de cada comida una verdadera fiesta.

Exigía flores aquí y allá, puestas con gracia sobre el mantel. Bajó con las sandalias, pero se había cambiado de vestido. Nos dijo con amabilidad: «Sentaos». Yo procuré no mirar los puños de la camisa de Pieretto.

Hablamos de Oreste, de su humor sombrío, de cuando él y Poli recorrían los bosques. Hablamos de la vida de la ciudad y de la del campo, de Poli muchacho y de la necesidad de soledad que pronto o tarde nos alcanza a todos. Gabriella habló de viajes, del aburrimiento mundano, de extraños encuentros en los hoteles de la montaña. Había nacido en Venecia. Nosotros confesamos que sólo éramos dos estudiantes.



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