El ascensor artificioso by Lemony Snicket

El ascensor artificioso by Lemony Snicket

autor:Lemony Snicket [Snicket, Lemony]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo Ocho

—Estoy soñando —dijo Duncan Quagmire. Su voz era un ronco susurro de gran sorpresa—. Tengo que estar soñando.

—Pero ¿cómo vas a estar soñando —le preguntó Isadora— si yo estoy teniendo el mismo sueño?

—Una vez leí algo sobre una periodista —susurró Duncan— que era corresponsal de guerra. Fue capturada por el enemigo y estuvo en prisión durante tres años. Todas las mañanas miraba por la ventana de su celda y creía ver a sus abuelos que iban a rescatarla. Pero en realidad no estaban allí. Era una alucinación.

—Recuerdo haber leído algo sobre un poeta —comentó Isadora— que veía a seis hermosas doncellas todos los martes por la noche en su cocina, aunque, en realidad, la cocina estaba vacía.

—No —dijo Violet, y metió la mano entre los barrotes de la jaula. Los trillizos Quagmire se hicieron un ovillo en un rincón alejado, como si Violet fuera una araña venenosa en lugar de una amiga a la que no veían desde hacía mucho tiempo—. No es una alucinación. Soy yo, Violet Baudelaire.

—Y yo soy Klaus de verdad —dijo Klaus—. No soy un fantasma.

—¡Sunny! —exclamó Sunny.

Los huérfanos Baudelaire parpadearon en la oscuridad, entrecerrando los ojos para ver lo máximo posible. Ahora que ya no estaban colgando del extremo de una cuerda, podían echar un buen vistazo a la lúgubre estancia. Su largo descenso finalizó en una habitación diminuta y mugrienta con la única presencia de la oxidada jaula y el alargador que chocaba contra ella, aunque los Baudelaire vieron que el pasadizo continuaba por un largo pasillo lleno de giros y curvas, que se adentraba en la oscuridad. Los niños también les echaron un buen vistazo a los Quagmire y esa visión no fue menos lúgubre. Iban vestidos con harapos y tenían la cara tan sucia que los Baudelaire bien podrían no haberlos reconocido si los dos trillizos no hubieran estado sosteniendo los cuadernos que llevaban encima adondequiera que fueran. Sin embargo, no fue solo la suciedad de sus caras ni las ropas que llevaban lo que les daba a los Quagmire un aspecto tan distinto: era la mirada que tenían. Los trillizos Quagmire parecían agotados, parecían hambrientos y parecían muy, pero que muy asustados. Pero, sobre todo, Isadora y Duncan parecían embrujados. La palabra «embrujado», como estoy seguro de que ya sabéis, suele aplicarse a una casa, cementerio o supermercado habitado por fantasmas, pero la palabra también puede utilizarse para describir a personas que han visto u oído cosas tan terribles que se sienten como si hubiera fantasmas viviendo dentro de ellos que les llenan el cerebro y el corazón de tristeza y desesperación. Los Quagmire tenían ese aspecto, y a los Baudelaire les partía el corazón ver a sus amigos tan desesperadamente tristes.

—¿De verdad sois vosotros? —preguntó Duncan, mirando a los Baudelaire con los ojos entrecerrados desde el fondo de la jaula—. ¿De verdad de verdad puede ser que seáis vosotros?

—Oh, sí —respondió Violet, y se dio cuenta de que se le estaban anegando los ojos de lágrimas.

—Son los Baudelaire de verdad —dijo Isadora, estirando la mano para tocar la de Violet—.



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