El arte en la historia by Martin Kemp

El arte en la historia by Martin Kemp

autor:Martin Kemp
La lengua: spa
Format: epub
editor: Turner
publicado: 2016-11-15T00:00:00+00:00


Eugène Delacroix, Muerte de Sardanápalo, 1827

A nadie podía pasar inadvertido el desafío que suponía el Sardanápalo para los valores académicos. El pintor y escritor Étienne-Jean Delécluze, que había estudiado con David, resumía así las quejas más habituales:

El Sardanápalo del señor Delacroix no encontró ni el favor del público ni el de los artistas. Uno intentaba en vano averiguar lo que pensaba el pintor al componer su obra; la inteligencia del observador no podía desentrañar el tema, cuyos elementos están aislados, donde el ojo no puede encontrar el camino entre tal confusión de líneas y colores, y donde parece que se hayan violado deliberadamente las primeras reglas del arte. Sardanápalo es un error por parte del pintor.

En ese momento habría sido difícil predecir que Delacroix se convertiría en muralista oficial de los edificios públicos de París a partir de la década de 1830. Mientras Delacroix explotaba su facilidad pictórica para crear narraciones coloristas de Orfeo y Atila el Huno en el techo abovedado de la biblioteca del Palais Bourbon, Ingres tramaba los meticulosos arabescos lineales de su Odalisca. En lo personal, la sofisticación urbana y la inteligencia abierta del Delacroix maduro resultaron más dóciles para las autoridades que el dogmatismo refunfuñón y la rareza de Ingres. De todos modos, ambos tendrían mucho que decir en el futuro.

En el corazón del romanticismo alemán también se encontraba la comunión entre el alma del artista y el espectador, pero en las obras se hacía mayor hincapié en la metafísica espiritual. Lo vemos sobre todo en sus dos grandes pintores, Philipp Otto Runge y Caspar David Friedrich. Wilhelm Wackenroder marcó la pauta a finales del siglo XVIII con sus Efluvios cordiales de un monje amante del arte, recopilados en 1797 por el poeta Johann Ludwig Tieck. El espíritu del texto es profundamente piadoso, y vuelve la mirada hacia la Edad Media. Todo fluye de Dios y hacia Dios, y el arte es un espejo de la omnipotencia divina.

El arte se puede considerar la flor del sentimiento humano. Así se alza a los cielos desde las regiones más diversas de la Tierra, en formas siempre cambiantes [...]. En cada obra de arte de cada región de la Tierra, Él percibe los rastros de la chispa divina, que habiendo surgido de Él y penetrado los pechos de la humanidad, pasa a sus pequeñas creaciones.

Cómo se podía traducir esa visión en una pintura real lo demuestra La mañana de Runge, de 1808, una versión pequeña de un cuadro de gran tamaño que el pintor ordenó que fuese cortado en varias partes después de su muerte. Formaba parte de un proyecto ambicioso, la creación de cuatro destacadas pinturas que se llamarían 'Las horas del día'. De dicho proyecto, Runge terminó un grupo de grabados muy celebrados, pero de los cuadros solo realizaría La mañana antes de su muerte a los treinta y tres años. Venus, la estrella matutina, anuncia el radiante amanecer de Aurora. A la tierra dormida se le infunde una efervescente vitalidad. Unos angelotes alegres, algunos con alas y otros sin ellas, saludan al diminuto bebé embelesado, al que regalan capullos de rosa.



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