El arte de callar by Roberto Brodsky

El arte de callar by Roberto Brodsky

autor:Roberto Brodsky [Roberto Brodsky]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789566045137
editor: 2019
publicado: 2019-08-25T22:00:00+00:00


Un reproche piadoso, de puro orgullo irlandés, se elevó en el reproductor e intensificó la penumbra de la sala con un deje melodramático. Era el tema apropiado para ir a reunirse con ellas, pero Bobe siguió sentado en la alfombra con un cojín sobre el cual apoyar las espaldas contra el muro, siguiendo sin demasiado interés el movimiento de sombras que la luz del pasillo recogía y recostaba sobre el piso gracias a que la puerta de la pieza había quedado abierta. El cansancio se le repetía en el cuerpo. Observó a su alrededor los vasos y las botellas de ron y cerveza a medio vaciar, como velas flotando en un crepúsculo, y antes de incorporarse apartó con cierto hastío el cenicero acunado en su vientre.

Remember what I told you, gimió a su lado la voz de Sinead O’Connor con su timbre enervado, seguida por un compás bajo, insinuante: If they hated me they will hate you. Sí, claro que sí, imaginó que replicaba mientras se ponía en pie y cruzaba la salita en dirección a la pieza. No tardaría nada en acoplarse y cubrirlas con un manto agradecido si se lo proponía. Apenas entraron a la covacha habían comenzado a fumar y beber con Daniela, que llegaba también a esa hora, enfundada en un vestido rojo que la hacía ver palpitante y extraña, como si no le importara estar allí o en otro lugar cualquiera. Se espiaron entre risas y bromeando, tendiendo líneas, ángulos, acuerdos por ratificar, hasta que sin saber cómo pero sabiendo exactamente para qué, la luz bajó y desplazó el centro de atención hacia la sala, donde acomodaron botellas y vasos, bailaron, jugaron a desconocerse y una música de persianas caídas apuró los besos entre mimos y vaivenes, aflojando las bocas que se abrían, lujosas, mientras Bobe se apartaba, evitaba importunarlas y hacía el menor ruido posible antes de ir a zambullirse él también en la gloria.

Pero ahora, sin embargo, la situación no prosperaba como debía. Una sequedad de carne mutilada le impedía agregarse y dividirse en la turbación de los cuerpos que se alejaban enlazados. Permaneció quieto y dejó que el ron supliera su falta de entusiasmo. Por un momento pensó que el misterio había acabado. Ésta era su noche americana, y a su cabeza acudieron imágenes usadas, nombres posibles para intercambiar en la cama, vistazos de lo que encontraría apenas se pusiera en movimiento con el afán erguido como un dedo que apuntaba en la oscuridad. En vez de eso levantó la cabeza y oyó murmullos que venían de la pieza, requiebros que se corporeizaban en una mancha confusa al estirar sus sombras sobre el piso. La balada continuaba rodando a su lado, lenta y rabiosa, resumiendo cosas sobre las cuales no deseaba pensar.Alcanzó a modular algunas palabras mientras oía cantar: These are dangerous days / to say what you feel is to dig your own grave. También en Londres se quejaban. De pronto la sombra extendida sobre el piso dejó de crujir y, ya de pie, Bobe pulsó el reproductor para despedir el altivo alegato contra la dama de hierro.



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