El anillo de Polidoro by Andrea Maggi

El anillo de Polidoro by Andrea Maggi

autor:Andrea Maggi [Maggi, Andrea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Histórico
editor: DUOMO EDICIONES
publicado: 2016-09-15T03:00:00+00:00


XXIII

En el que el corazón es la caja de la inteligencia

A

naxandra continuó declarándose inocente incluso cuando, por orden de los dos reyes, los hoplitas la metieron en prisión. Suplicaba a los magistrados y a todos sus conciudadanos que la creyeran: no tenía ni idea de qué se había hecho de las dos flechas que faltaban en su carcaj. No tenía idea, continuaba repitiendo, tampoco de dónde había ido a parar la llave del templo de Ártemis Ortia, que, en efecto, no fue encontrada ni después de una minuciosa inspección de los hoplitas enviados por los dos reyes a su casa. Y gran escándalo había suscitado el descubrimiento del fraude de Prótoo en detrimento de la ciudad.

Por su parte, los reyes Cleómenes y Eudamidas habían mostrado la máxima severidad respecto a la mujer. La habían asignado a la llamada Decas, la estancia de la muerte de las prisiones de Esparta, donde generalmente los condenados morían estrangulados. Una excelente estratagema para inducir a la mujer a confesar. Pero Anaxandra, pese a la amenaza de la condena a muerte, continuaba proclamándose inocente.

Su arresto por el homicidio de Dercilidas había sido recibido con gran alivio por las clases inferiores, en particular de los ilotas, que con el encarcelamiento de la mujer habían visto esfumarse la amenaza de la tan temida krypteia. Sin embargo, no dejó de suscitar también encendidas protestas por parte de los lacedemonios, que, contrariamente a los ilotas, no estaban dispuestos a creer en la culpabilidad de una de sus pares. A la cabeza de los defensores de su inocencia estaba Aristolco, que había pedido formalmente a los dos reyes la excarcelación de la mujer hasta que no se incoase un proceso en debida forma. El venerable geronte me había acusado a mí, entre otras cosas, de haber buscado al culpable del homicidio únicamente entre los espartiatas, descuidando la sospechosa desaparición de Tisámeno, que aún estaba en paradero desconocido, como también la pista juzgada por él más plausible, o sea, que el raptor de Agesistrata, además del asesino de Dercilidas, fuese un ilota. En otras palabras, continuaba sosteniendo la culpabilidad de Etímocles. Alimentando aquella polémica, Aristolco había hecho que el enfrentamiento entre las clases sociales de Esparta, en lugar de atenuarse, se acentuase ulteriormente.

Así pues, más que mejorar, con el arresto de Anaxandra, las cosas en Esparta empeoraron mucho. Empeoró, es más, se precipitó, también la situación entre Filoxena y mi madre, cuando esta última pensó en enfrentarse a la filósofa mientras estaba en mi compañía en el patio de casa.

—He comprendido perfectamente tu juego —comenzó diciendo mi madre.

—¿Qué juego? —preguntó Filoxena.

—Te finges desinteresada por mi hijo, pero de noche te escabulles fuera de tu habitación para meterte en su yacija. Un plan digno de la más astuta de las hechiceras.

—Madre, ¿cómo te atreves a hablarle así? —dije.

—No razonas, hijo mío. Eres víctima de los encantamientos de esta mujer. Pero no le permitiré que se burle de ti.

—¿Por qué crees que me estoy burlando de él? —le preguntó Filoxena.

Mi madre se detuvo delante de ella, indignada.



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