El Amor Siempre Vence by Barbara Cartland

El Amor Siempre Vence by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: por
Format: epub
editor: Barbara Cartland


CAPÍTULO V

Mientras permanecía tendido en la cama, lord Heywood no prestaba atención al calor, aunque éste era excesivo. Antes de irse a la cama, había descorrido las cortinas, abriendo bien las ventanas. La atmósfera, tan cargada que dificultaba respirar, se había vuelto insoportable.

Su mente estaba ocupada pensando en Miriam y sintió remordimientos por lo que había sucedido.

Lo ocurrido le había hecho perder su compostura y comprendió que había desahogado su irritación con ella.

Cuando la dejó en el estudio, había salido a dar un paseo por el bosque, detrás de la casa, y ello lo acaloró innecesariamente, pero tranquilizó su ánimo.

Presintió que se había presentado un nuevo problema, más insoluble que el anterior. Antes estaba preocupado por el futuro de Miriam, pero la posición en que ella misma se había colocado hacía imperativo buscar una solución.

La cuestión era: ¿qué podría hacer?

Estaba seguro que cuando lady Irene llegara a Londres echaría a rodar la historia de que él estaba casado con una desconocida.

Ella no era el tipo de mujer que guardara una ofensa en silencio. Trataría de acarrearse la simpatía de todos sus conocidos haciendo que lo tacharan de irresponsable e infiel.

Y como a muchos de los admiradores de lady Irene les alegraría que lord Heywood saliera de la escena, estarían dispuestos a simpatizar con ella y a difamarlo en los clubs.

Los hombres más sensatos, conociendo la promiscuidad de lady Irene, se reirían del episodio, pensando que él había hecho bien en escapar de sus redes.

Pero las mujeres murmurarían y su curiosidad se centraría en la desconocida que había tomado el lugar de lady Irene.

'¿Qué podré hacer?', se preguntó lord Heywood y como no logró hallar una respuesta, regresó a casa de mal humor.

Cuando se reunieron para la cena, se había portado frío y distante con Miriam.

Sabía que ella lo miraba suplicante, buscando su perdón. Pero no era posible sostener una conversación tan íntima en presencia de Carter, que entraba y salía del comedor sirviendo los platos que había cocinado.

Cuando terminaron de cenar, lord Heywood se dirigió a los establos en vez de reunirse con Miriam en el estudio, como ya era costumbre.

Sólo había dos caballos que inspeccionar; pero, para su sorpresa, no estaban en el cercado, sino en las casillas.

Waterloo tenía una excusa para descansar allí, pero ¿y Conqueror?

Mientras acariciaba a Conqueror distraídamente, pensando en Miriam, llegó Carter.

—¿Por qué están adentro lob, caballos?— había preguntado lord Heywood.

— Creo que tendremos tormenta.

—No me sorprendería.

—Toda la tarde he estado escuchando truenos en la distancia y sospecho que hay una tormenta no muy lejos de aquí. Si llega a nosotros, Waterloo estará muy inquieto — prosiguió Carter.

Sonrió al añadir:

—Pensará que ha vuelto al campo de batalla, y recuerde lo nervioso que se puso desde que explotó una granada enfrente de ustedes.

Lord Heywood lo recordaba bien, pues sólo su destreza logró evitar que Waterloo lo tirara al suelo.

—Hiciste bien en encerrar a los caballos— dijo—. Ellos constituyen nuestro único medio de locomoción y no deseo que sufran ningún daño.

Pensaba que cuando los caballos se asustaban podían lastimarse con una cerca, o al tratar de brincar un seto demasiado alto.



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