El ambiguo perfil de la luna by Bella Gómez

El ambiguo perfil de la luna by Bella Gómez

autor:Bella Gómez [Gómez, Bella]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Thriller, Psicológico
editor: web.pabiloeditorial.com libro en papel
publicado: 2017-07-10T22:00:00+00:00


Segunda Parte

La niña del Crepúsculo lunar

VI

Sabina

Manuela me dijo que, si después de todo lo que estaba sufriendo no había abortado de forma natural, le diera una oportunidad al feto que se agarraba con tanto apego a la vida, que para algo necesitaba vivir aunque nosotras no tuviéramos ni idea de para qué, y que estaba convencida de que no hay mal que por bien no venga, por mucho que en principio pensemos que es una putada. Si una persona cualquiera me dice que un embarazo y la cárcel pueden ser un bien del cielo, yo la tomaría por una chalada. Pero a esas alturas del proceso Manuela ya me había demostrado ser una persona cuerda y sensata. Me enseñó que nada es casual, que detrás de cada circunstancia hay una causa, ni es azar ni mala o buena suerte, que las circunstancias las atraemos a nuestra vida para aprender algo que necesitamos, la mayoría de las veces se descubre al transcurrir del tiempo.

Aquel maldito amanecer, Manuela me despertó en medio de un insólito sueño sobre Miguel, en el que venía a despedirse de mí pidiéndome perdón, el perdón que tanto había esperado de su boca para perdonarme a mí misma por seguir con él, sentí que mi vida se iba al garete irremediablemente al despertar.

Había soñado que se cumplía por fin mi vieja esperanza, justo en ese intervalo en que Miguel murió y se terminó para siempre esa expectativa. Primero sentí un dolor como una gran lanza que me traspasaba el pecho, pero el miedo aisló inmediatamente al dolor, en otro espacio del cerebro, hasta que le llegara su turno de desahogo.

Manuela se quedó pasmada al principio, para pasar a una risa contagiosa después, asombrada de que mi miedo no fuera a la cárcel, sino que se debiera a haber deseado la muerte a Andrés el día que en mi segundo embarazo, en lugar de sentirse emocionado, casi me dio el pésame; yo ya me veía quemándome en el fuego del infierno, en verdad que me entró pánico. Ella, riéndose, comentó que si pudiéramos conseguir matar sólo con desearlo la humanidad se habría extinguido casi en sus comienzos, que le parecía mentira el poder de la Iglesia para hacer creer semejante disparate a la gente. Aunque entendí que llevaba razón, algo muy adentro continuaba atormentándome por este credo, pero se trasladó al lugar del aturdimiento, sustituyendo al dolor, que volvió a salir, amargo, fogoso y descomunal. Recuerdo que, de pequeña, presenciaba los duelos en las casas, antes de que se celebraran en los tanatorios, y me quedaba espantada, pero no era por los fallecidos, sino por los gritos desgarrados de sufrimiento de las mujeres, en los hombres no estaba bien visto, como buenos machos se retiraban al patio para beber vino. Entonces yo me decía que me sería imposible ejercer de mujer en un duelo, y temía que me sucediera, porque no podría llorar ni decir esas frases extraordinarias que conmovían a las cumplidoras visitantes y descorazonaban a la infancia.



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