El águila de la Novena Legión by Rosemary Sutcliff

El águila de la Novena Legión by Rosemary Sutcliff

autor:Rosemary Sutcliff [Sutcliff, Rosemary]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1953-12-31T16:00:00+00:00


XIII

La legión perdida

* * *

Cuando llegaron, el hogar de Guern resultó ser un sombrío conjunto de cabañas de adobe sobre un punto elevado que dominaba el oscuro páramo. Un niño pequeño, que llevaba unas reses semisalvajes desde el abrevadero hacia el cercado donde pasarían la noche, saludó su llegada con una especie de fascinada consternación. Evidentemente los extraños no encajaban en su esquema de las cosas y, mientras les lanzaba constantes miradas furtivas, no dejaba de mantener al gran toro de la manada, al que guiaba con pujas y palmadas, entre él y el peligro, mientras se aproximaban juntos al castro.

—Este es mi hogar —dijo Guern el Cazador cuando se pararon ante la más grande de las chozas—. Es vuestro durante todo el tiempo que queráis.

Desmontaron, mientras el chiquillo y el rebaño pasaron de largo hacia el cercado y, atando las riendas a un poste, se dispusieron a entrar. Una niña de unos dieciocho meses, que no llevaba nada más que una cuenta de coral rojo colgada de una tira alrededor del cuello para protegerla del mal de ojo, estaba sentada delante de la puerta, muy entretenida jugando con tres dientes de león, un hueso y un guijarro roto. Uno de los perros le dio un lametazo amistoso en la cara cuando pasó a su lado para internarse en la oscuridad, y ella intentó agarrar el rabo que desaparecía y se cayó de lado.

La puerta era tan pequeña que Marco se tuvo que agachar mucho bajo la techumbre de juncos cuando pasó por encima de la pequeña figura despatarrada en el suelo y siguió a su anfitrión hacia abajo, hacia la penumbra iluminada por el fuego. El humo azul de la turba se le metió en la garganta, pero ahora ya estaba acostumbrado; y una mujer se puso de pie junto al hogar central.

—Murna, he traído a casa al sanador de ojos y su lancero —dijo Guern—. Dales la bienvenida mientras atiendo a sus caballos y los frutos de mi cacería.

—Son muy bienvenidos —dijo la mujer—, pero gracias al Que Lleva Cuernos[12], aquí no tenemos problemas en los ojos.

—Buena fortuna para la casa y para las mujeres de la casa —respondió Marco con cortesía.

Esca había seguido a su anfitrión pues no confiaba en nadie a la hora de cuidar de las yeguas, y Marco se sentó en la piel de corzo que la mujer había extendido para él sobre los helechos apilados en el espacio reservado para dormir, y la contempló cuando se volvió para atender lo que estuviera cocinando en el caldero de bronce que se encontraba sobre el fuego. A medida que sus ojos se acostumbraron al humo de la turba y a la débil luz que entraba por la estrecha entrada y la salida de humos en el techo, vio que era mucho más joven que Guern: una mujer alta de constitución fuerte y de rostro satisfecho. Su túnica era de una lana basta y rojiza, como la que vestiría una mujer pobre en el sur, pero



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