Ecos de muerte by Anne Perry

Ecos de muerte by Anne Perry

autor:Anne Perry [Perry, Anne]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2017-09-18T16:00:00+00:00


* * *

Era una de esas mañanas de finales del verano en que el sol brillaba con tanta claridad que no había ningún lugar en penumbra, ningún callejón al que no llegara la luz o donde el viento fuese más frío.

Pero no eran los húngaros o siquiera el nuevo asesinato lo que ocupaba su mente; era Fitz y el recuerdo de verlo por última vez, muerto según creyó entonces, y tener que abandonarlo allí. El poco espacio disponible en los carromatos había que destinarlo a los vivos, a aquellos que tenían alguna posibilidad de salvarse.

Había apartado aposta de su mente aquel recuerdo tan a menudo que se había desdibujado. Había intentado olvidar y casi lo había conseguido. Muchas otras cosas llenaban su vida actual: el trabajo en la clínica, la colaboración en los casos, Scuff, otras amistades, como la de Oliver Rathbone, y, sobre todo, Monk.

El recuerdo de Fitz había reaparecido en su mente, con el sentimiento de culpa por haberlo abandonado, sabiendo ahora que no estaba muerto. Hester sentía que todo el sufrimiento, físico y emocional, que él había soportado a partir de aquel momento era, al menos en parte, culpa suya, y esa culpabilidad la abrumaba. Fitz quizá la despreciara, pero Hester no podía seguir mintiéndole, ni siquiera por omisión. Seguía siendo un engaño, y encima por su propia conveniencia.

Primero cruzó el río hasta la margen norte para dirigirse a su clínica, donde Claudine, que estaba allí casi siempre, le dijo que todo iba bien. Incluso Squeaky Robinson se olvidó de fingir que estaba enojado al ver a Hester. Estaba ocupado en enseñar a leer a Worm, un golfillo de la orilla del río a quien Scuff había rescatado. No sabía qué edad tenía. Contar hasta más de diez era una habilidad que aún no había alcanzado. Ella le calculaba entre siete y ocho años, aunque él afirmaba ser mayor.

Hester se quedó solo el tiempo suficiente para asegurarse de que, en efecto, todo iba bien. Luego recorrió la corta distancia hasta los muelles en ómnibus. Había formulado mentalmente una docena de veces lo que le diría a Fitz, y ninguna le sonaba bien. Tomó asiento en el ómnibus con los hombros tensos, las manos apretadas en el regazo.

Llegó al domicilio de Crow en Shadwell justo antes de la hora del almuerzo, llevando consigo unos sándwiches de jamón recién hechos que había comprado a un vendedor ambulante en High Street. Los charlatanes, hombres que voceaban las últimas noticias en un constante sonsonete de versos libres, seguían hablando de asesinatos horribles, entrelazados con chismes y comentarios políticos de actualidad.

Scuff estuvo encantado de ver a Hester e inmediatamente puso el hervidor a calentar agua para el té. Le dio el último informe sobre Tibor Havas, que era excelente. Podría volver a casa muy pronto, posiblemente aquel mismo día. También estaba lo suficientemente bien como para comerse tres de los sándwiches de jamón y unirse a ellos alrededor de la mesa. Sonreía a todos y había aprendido suficiente inglés para decir «gracias», cosa que hizo unas cuantas veces, e intentar formular otras frases más largas.



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