Donantes de sueño by Karen Russell

Donantes de sueño by Karen Russell

autor:Karen Russell [Russell, Karen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2014-04-12T00:00:00+00:00


EL DONANTE Y

Cuatro de la madrugada, después del Pabellón Siete.

No puedo dormir. No consigo hundirme en el sueño.

Parece que ya no funciona mi dieta de ceros.

Otro motivo para odiarte, Donante Y.

LA BEBÉ A

Quiero saber el nombre de la Bebé A.

Este deseo lleva días creciéndome dentro, espoleado por la crisis del Donante Y, y esta noche estoy desbocada, febril, incluso. A los donantes menores de dieciocho años nuestro sistema les asigna de forma aleatoria una letra de un alfabeto codificado. La mayoría de padres baja la guardia en algún momento y suelta el nombre auténtico de su hijo. Los Harkonnen no. «Bebé A» dicen bajito, arrullando la verdadera identidad en su manta. Es muy posible que la señora Harkonnen me dijese el nombre de su hija la primera vez que nos vimos en el aparcamiento del supermercado, pero en ese momento no le presté atención.

Por estúpido que suene, sigo sintiendo que si supiese su verdadero nombre podría protegerla mejor. He oído a desconocidos referirse a la «Bebé A» como si fuese una especie de compuesto inorgánico, una droga de diseño para el sueño. Cada noche me llaman por la línea directa y me suplican que los ponga en la lista de espera de «la cura de la Bebé A». Cualquiera que tenga una pesadilla en el país llama, lo que supone que los teléfonos no dejen de sonar. Me voy poniendo brusca a medida que despejo sus dudas: «No, el casco no tiene peligro, los tubos están esterilizados». «No, no hay ninguna posibilidad de que usted contamine el suministro nacional de sueño como el Donante Y». Prometo a los captados que la crisis del Donante Y nos ha llevado a importantes cambios de política, exhaustivos protocolos de seguridad para los Furgones de Sueño, carísimas rondas de testeo de los priones de la pesadilla. Toda esta paranoia pública, digo, oscurece las estadísticas: la donación de sueño nunca ha tenido más garantías.

Tampoco es que esto termine de convencerme.

—¿Cómo sabemos que esta gente no corre riesgos al donar? —⁠les pregunto a Jim y a Rudy.

—No lo sabemos.

—No hay manera de saberlo.

—Este tipo de barro epistémico es inevitable, Edgewater.

—Error: evidentemente, es inevitable en cierto número de casos.

—Deberíamos describir la tragedia del Donante Y como una excepción extravagante…, que es lo que es.

—Pero no es realista esperar la perfección de ninguna institución humana, Trish.

—Ni de ningún humano, punto.

—Eso lo sabes.

Vaya si lo sé.

—Necesitamos aceptar el mundo tal como es, cariño, y no como nos gustaría que fuese —⁠dice Jim dejando caer una exhalación egoísta en «gustaría» y «fuese».

Según me han contado, Jim hizo teatro en su facultad del Medio Oeste. Eso explica por qué enfatiza las afirmaciones en las que realmente cree con un deje amanerado.

Pero la necesidad es cuantificable, incontestable y creciente. La gente se está ahogando en la luz, despierta por completo. A los niños les dan pastillas, les ponen sonidos suaves y esponjosos, se les canta una música horrible sin letra. Publicamos vídeos de ellos en las Campañas, que procuran increíbles cesiones de sueño.



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