Don Camilo by Giovanni Guareschi

Don Camilo by Giovanni Guareschi

autor:Giovanni Guareschi
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Cuentos, humor
publicado: 1946-01-01T05:00:00+00:00


A orillas del río

Entre la una y las tres de la tarde en agosto, el calor, en los pueblos ahogados entre los maizales y el cáñamo, es algo que se ve y toca. Se diría que uno tiene ante los ojos, a un palmo de la nariz, un extenso velo ondulante de vidrio hirviente.

Atraviesas un puente, miras abajo, en el canal, y ves el fondo seco y resquebrajado, y aquí y allá algún pescado muerto. Y cuando del camino que corre sobre el terraplén miras dentro de un cementerio, te parece sentir crepitar bajo el sol ardiente los huesos de los muertos.

Por la carretera provincial marcha lentamente algún carrito de ruedas altas, lleno de arena. El carretero duerme boca arriba sobre la carga, con la panza al aire y el dorso abrasado; o bien, sentado en el cabezal pesca con una pequeña podadera dentro de media sandía sostenida entre las piernas como una jofaina.

Al llegar al dique grande se ve el río, vasto, desierto, inmóvil y silencioso: antes que un río parece un cementerio de aguas muertas.

Don Camilo se encaminaba al dique grande con un pañolón blanco metido entre el sombrero y el cráneo, a la una y media de una tarde de agosto, y viéndolo así bajo el sol, en medio de la blanca carretera, no hubiera podido imaginarse nada más negro ni más clerical.

«Si en este momento existe en el radio de veinte kilómetros uno solo que no duerma, me dejo cortar la cabeza» —dijo para sí don Camilo.

Saltó el dique y fue a sentarse a la sombra de un montecillo de aromos. A través del follaje se veía centellar el agua. Se desvistió, dobló cuidadosamente las ropas y haciendo de ellas un atado lo ocultó entre las hojas de un arbusto. Luego se metió en el río en calzoncillos.

Estaba tranquilísimo, seguro de que nadie podía verlo, pues aparte de la hora solitaria, había elegido un lugar completamente a trasmano. De todos modos fue discreto y al cabo de media hora salió del agua y caminando debajo de los aromos llegó al arbusto, pero su vestido no estaba.

Don Camilo sintió faltarle el aliento.

Un robo no podía ser, pues a nadie podía apetecerle una sotana vieja y desteñida. Sin duda se trataba de una diablura. Y en efecto, no pasó mucho tiempo sin que se oyesen llegar de la orilla voces que se acercaban. Cuando don Camilo pudo distinguir algo y vio una compacta brigada de mozos y mozas y cuando reconoció al Flaco en el sujeto que marchaba a la cabeza, comprendió la maniobra y le entraron ganas de quebrar una rama y empezar a repartir garrotazos. Pero eso era precisamente lo que esperaban esos malditos: sorprender a don Camilo en calzoncillos y regocijarse con el espectáculo.

Entonces don Camilo se arrojó al agua y nadando con la cabeza sumergida fue a refugiarse en una islita situada en medio del río, y allí tomó tierra desapareciendo entre los juncos.

Aunque no lo vieron, pues había subido por la parte opuesta



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