Divorcio en Nueva York by Cathleen Schine

Divorcio en Nueva York by Cathleen Schine

autor:Cathleen Schine
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2010-08-09T22:00:00+00:00


* * *

Ahora ella y Miranda estaban camino de Nueva York para recoger una lámpara inútil y cenar con un «pudo-ser-su-padre» también inútil.

—Lo odio —dijo Miranda—. ¿Por qué lo hacemos?

—Ni idea. Me ablandé, supongo. Su voz... te rompía el corazón.

—Hmm. —Miranda se cruzó de brazos, los apretó contra su cuerpo, frunció los labios—. Yo pienso que los hombres son bebés grandes.

—Grandiosidad infantil. Siempre me gustó la expresión. Como si rodara en la boca.

—Pero los niños de verdad no son grandiosos. Son realmente grandes. Mira a Henry, por ejemplo.

Annie pensó en Henry en el suelo del salón, con cuatro adultos mirándolo hacerle dar vueltas a un coche. También recordó un momento más tardío de ese mismo día. Henry se había dormido con Betty en el sofá. Kit y Miranda, de regreso de una caminata, acababan de subir los maltrechos escalones de cemento y habían dejado la puerta exterior de la galería abierta. Annie estaba junto a una ventana de la galería apartando rosas muertas de un ramo que Kit les había llevado una semana antes, y apenas los veía por el rabillo del ojo. Uno a cada lado de la puerta. Kit extendió la mano y tocó el hombro de Miranda, un movimiento único, lento, acariciador, como el suave zarpazo de un gato. Calladamente, ambos se reían en privado.

Annie habría preferido no verlos. Era una preocupación más. Miranda siempre la había preocupado. Aunque le fuera muy bien, Annie siempre había tenido en el punto de mira a su hermana menor. Era un vestigio de la infancia, un recelo de su hermana, que tanto pedía y que parecía devorar toda la atención de sus padres. También era una fuente de poder para Annie, una suerte de darse importancia de forma autoprotectora que se traducía en una protección exagerada de Miranda. Lo había comprendido de pequeña. Si Annie no cuidaba de Miranda, ¿qué otro papel le quedaba? Resentimiento, y el resentimiento era muy incómodo. Annie quería a Miranda, le parecía imposible no quererla, y muy pronto descubrió la manera de quererla con dignidad: preocupándose.

Tan buenos amigos, se dijo Annie cuando vio a Kit y Miranda desde la galería. Y luego, incapaz de hacer frente a sus propios ojos, la admisión: amantes. De pronto sintió envidia de Miranda y pena por sí misma.

Pero apenas Kit y Miranda entraron en el salón, fue como si el muchacho guapo junto a ella se hubiera desvanecido. Miranda se detuvo ante el sofá y su cara cambió, esa cara vivaz y determinada, súbita y hermosamente cambiante. Una transformación, pensó Annie en el acto. Paz, pensó. Miranda en paz. Siguió la mirada de su hermana, una casi palpable emanación de felicidad sencilla y completa, hasta su destino, un niñito que parpadeaba chupándose el pulgar en una boca encrespada en una sonrisa en torno a su pequeño puño.

—¿Cómo está el pequeño Henry? —preguntó mientras conducía contra el brillo del sol poniente.

Miranda no dijo nada.

A lo mejor no la había oído. Miró de reojo a su silenciosa hermana, perfilada contra la ventanilla y con los ojos escondidos tras las gafas de sol.



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