Disertaciones filosóficas XVIII-XLI by Máximo de Tiro

Disertaciones filosóficas XVIII-XLI by Máximo de Tiro

autor:Máximo de Tiro [Máximo de Tiro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 0170-01-01T00:00:00+00:00


Dice, en efecto, que Zeus es padre de dioses y hombres, mas no porque se haya deslizado de los cielos ya sea en figura de pájaro, ya de oro ya de otra cosa para unirse a mujeres mortales,

engendrando primero la estirpe de ilustres reyes[5]

—pues de este modo sería Zeus de muy pobre descendencia—, sino que fue porque le atribuye la causa de que estas estirpes existan y se conserven por lo que le dio el nombre de padre, el más venerable de los nombres del afecto.

2 Sea. Así es lo que respecta a Zeus. Pero lo referente a los que son semejantes a Zeus, ¿crees acaso que es de otro modo? ¿O es que no ves que ni siquiera a Salmoneo lo compararon los poetas con él, y eso que lanzaba rayos, según se creía, y emulaba el estruendo de los truenos y la luz de los relámpagos? Pero cuando Salmoneo hacía esto se parecía a Tersites cuando imitaba a Néstor[6]. ¿Cómo, entonces, podrían los hombres ser semejantes a Zeus? Si imitan su disposición protectora, afectuosa y paternal[7]. Ésta es la semejanza de la virtud mortal respecto de la divina, que entre los dioses se llama «derecho» y «justicia» y otros nombres iniciados y dignos del Dios, pero en los hombres es «afecto» y «favor» y otros nombres agradables y propios de los humanos[8].

Es inferior lo humano respecto de la virtud divina, entre otras cosas, también en el alcance de su afecto, pues no llega la naturaleza humana al conjunto de sus semejantes, sino que, como los rebaños de animales, sólo le es familiar el grupo que junto a él pace, y hay que estar contento si es todo miembro del grupo. En realidad, puedes ver en un mismo rebaño y bajo un mismo pastor innumerables luchas y diferencias de gentes que se cocean y muerden entre sí, 〈y〉 que apenas hay un rescoldo de afecto sincero reducido en un breve número. Alimentos, bebidas y vestidos y cuantas otras necesidades hay para los cuerpos se las procuran los hombres por trueque y comprándolo a cambio de bronce y hierro o bien de aquello tan digno que es el oro y la plata, cuando podían despedir el arte de los metales y tomar sin esfuerzo esas cosas unos de otros, midiéndolas con la medida más igualitaria de todas: que quien esté necesitado haga uso de ellas tomándolas del que las tiene, y quien las tenga de sobra renuncie a exigir ganancia del que las tome, en un intercambio que no podrá ser objeto de inculpaciones[9].

Censura Homero a Glauco el licio por haber dado oro y recibir bronce,

el valor de cien bueyes a cambio de algo que valía nueve[10].



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