Diarios: A ratos perdidos 1 y 2 by Rafael Chirbes

Diarios: A ratos perdidos 1 y 2 by Rafael Chirbes

autor:Rafael Chirbes [Rafael Chirbes]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Literary Collections, Letters
ISBN: 9788433943316
Google: FNtCEAAAQBAJ
Amazon: B09G8WDHLG
editor: Anagrama
publicado: 2021-10-06T03:00:00+00:00


los empujase. En su actitud manda en primer lugar la acción en sí, la quesigue a la orden, su mente está programada para eso, y solo luego llega elpensamiento. El porqué de esa reacción probablemente hay que buscarlo enque esos hombres, hemos dicho mecánicos, pero podríamos decir proletarios,sin más, están acostumbrados a ver la vida como una serie de trabajos quehay que efectuar: hay que sustituir esa tuerca, cambiar la bomba, ajustar elfreno, echar el hormigón, poner otra hilera de ladrillos, acabar de enlucir esafachada, o poner en pie el carro que volcó lleno de materiales. Esto es lo quehay que hacer, y por tanto se hace. Por una mezcla de elementos tan disparescomo la sumisión, el orgullo profesional y la demostración de hombría (elmanojo de pulsiones va en la educación, en la doma). Un acto al que uno nose atreve deja una sospecha: convierte al remolón en pasivo, lo feminiza, lomariconiza. En cualquier caso, ellos están acostumbrados a realizar actos quetienen efectos inmediatos, cuyos resultados se ven. Ahora, les ha surgido unatarea urgente, alguien se ha caído al agua y hay que sacarlo. Lo dicen lasvoces: «Alguien se ahoga. Hay que sacarlo del agua.»

Los otros –el militar, elcura, el comerciante– están acostumbrados a dar órdenes. Ven que hay algoque hacer y que alguien tiene que hacerlo.

Ellos miran la pared y dicen:«quiero ese enlucido para mañana»; ven la carretilla volcada y dicen: «quieroque pongas en pie inmediatamente esa carretilla». Ven las tablas esparcidas, yle dicen al carpintero: «Quiero que encoles la mesa antes del sábado porquetengo invitados y pienso estrenarla con ellos.» Por eso, ante el accidente,dicen: «que alguien haga algo», porque lo suyo es descubrir la necesidad yver que otros hacen las cosas necesarias de las que ellos disfrutan cada día.Los otros levantan casas, cosen vestidos, pegan suelas a los zapatos, preparanla comida o cultivan la huerta. Ellos se cobijan, se visten y calzan, comen.Son los

«personajes urbanos» de Tolstói, a quienes el ruso considera simplesparásitos. Yo no me atrevería a decir tanto. Por eso, hijo mío, te recomiendoque no te fíes más que de los obreros, no de todos los obreros, pero sí dealgunos obreros. Fíate de los que saben hacer cosas, las que sean, y no de losque lo único que saben hacer es mandar que se hagan. Me parece que estoyoyendo la voz de mi madre. La de mi padre.

Los consejos de este padre se añaden al cuento que me contó el mío

cuando yo tenía apenas tres o cuatro años. Creo recordar el momento en queme lo contó, la frágil luz de la cocina, la mesita pequeña, hecha con las tablasde una caja de naranjas, que sacaban de debajo del fregadero cada noche paraque yo me sentara a cenar: la mesa del niño, la sillita del niño, el plato dearroz caldoso. El cuento de mi padre narra la historia de un rico que se pierdey tiene que buscar refugio en una choza del bosque. En esa cabaña viven unaanciana, otra mujer más joven que resulta ser viuda,



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