Diario de un desesperado by Friedrich Reck

Diario de un desesperado by Friedrich Reck

autor:Friedrich Reck [Reck, Friedrich]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1946-12-31T16:00:00+00:00


Funcionario público:

Uniformado, puesto bien pagado con derecho a pensión, alto, rubio, buena presencia, ferviente amigo de la naturaleza con sólida visión del mundo, busca correspondencia con rubia cariñosa para fines matrimoniales. Abstenerse menos de 1,70 m y más de veinticinco años.

Gentleman prefers blonds. Non olet: todas las Ingrids, Wibkes, Astrids, Gudruns e Isoldas rubias como cepillos de dientes ni siquiera se taparán la nariz ante el oficio de su señor esposo, e invocarán la necesidad pública de que exista su profesión. ¿Qué exagero la consideración social del verdugo? Voy a reseñar el siguiente suceso, ocurrido hace poco en Viena. Marberg, famosa actriz trágica en los tiempos dorados del Burgtheater, que posee una pequeña casa con una viña en las cercanías de Viena, invita de vez en cuando a un comisario que le consigue aquí y allá un poco de mercancía acaparada. Últimamente, este bravo individuo lleva consigo, cuando se celebra alguna pequeña fiesta a la luz de las velas, con carne de conejo y vino avinagrado de Föslau, a un «conocido» que parece muy parco en palabras y casi huraño, que rehuye las miradas y, a la pregunta de si vive todo el año en Viena responde, en dialecto del norte de Alemania, que no tiene domicilio fijo y sólo viene a menudo a trabajar aquí: cuando el hombre se va, se descubre que era el verdugo en persona el que se había sentado a la mesa.

Por otra parte, hace poco asistí en Múnich a una vista rápida que juzgaba un delito de evasión de divisas de un médico de sesenta y cinco años, y que terminó sólo con una pena de prisión de ocho años, pero estuvo a un pelo de la guillotina. Era una sala baja, oscura y con aire viciado, desde cuya pared, sucia por el humo, una fotografía olvidada del viejo regente miraba como por la ventana de otro mundo; el acusado, un anciano asustado y confuso que balbuceaba humillado; la denunciante y principal testigo de cargo, una mariposilla rubia y a la última moda —suiza, dicho sea de paso—, que trabajaba como ama de llaves del anciano. Dos jueces de carrera como asesores, y como presidente del tribunal, con el rostro amargado y lleno de resentimiento, una bestia, un puerco, un polizonte del partido surgido de las más profundas simas de la Baja Baviera…

No era el individuo de triste reputación llamado Stier, que hace unos días mandó a la guillotina a los hermanos Scholl[129] y al que el día de mañana sacaremos del infierno para ponerlo al frente de nuestro tribunal…, era más bien un individuo que con toda la razón se llama Rossdorfer[130] y que, hasta hace poco, todavía era consultor legal y abogado de tercera en Plattling.

En aquel momento, el outsider marginal descargó el resentimiento acumulado durante décadas contra los «leídos», y ese viejo doctor en desgracias denunciado por esa ramerilla suiza era el objeto adecuado para él. La vista misma tuvo lugar a ritmo de tren expreso: la ramera rubia reventó de



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