Desde la noche y la niebla by Juana Doña

Desde la noche y la niebla by Juana Doña

autor:Juana Doña [Doña, Juana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1978-01-01T00:00:00+00:00


La expedición

Primera quincena de septiembre de 1940. Hacía días que se rumoreaba por la reclusión que se confeccionaban listas para una gran expedición. Todas las ya juzgadas pensaban que acaso formarían en ellas. Las noticias que llegaban de los penales eran desalentadoras: más hambre, más frío, disciplina impuesta por monjas con una secuela atroz de castigos y la separación por años de los familiares.

Este día se advertía algo anormal en las funcionarías; nerviosismo, órdenes y contraórdenes; paseos de la “Jefe de Servicios” por las galerías, signos desacostumbrados que indicaban que algo, no usual, se avecinaba.

Dieron el rancho más pronto que de ordinario. La reclusión estaba intranquila. Eran infinitas las cábalas que se hacían. Empezó a funcionar “radio petate” y los “bulos” se sucedían de forma vertiginosa: “libertades para las condenas bajas” —que casi nadie creía—, “la expedición de ancianas para los asilos”…, “la separación de los niños de sus madres”… Los bulos y las noticias más extremosas creaban un ambiente de efervescencia. De la “comuna” de Leonor, dos compañeras estaban juzgadas: Carmela con veinte años de condena y Amelia con treinta. Esta era campesina de carne fláccida y mal color; el hambre le roía constantemente y creaba en ella una irritación continua, tenía un carácter agrio y desabrido. Su obsesión era la comida. Su cara avejentada y de gesto hosco la privaba de la juventud de sus veintiocho años. Le habían matado a su padre y marido y tenía dos hijos pequeños que vivían con su madre en el pueblo y estaban tan hambrientos como ella misma. Sus continuas quejas por la falta de comida creaba problemas en la “comuna”, las demás también hambrientas, saltaban hostiles ante sus lamentos. Se temía siempre que Amelia se la llevasen de expedición pues le sería muy difícil sobrevivir.

Se confirmó al fin la expedición. No había nada en la prisión que crease un revuelo semejante. Las expediciones creaban un estado de excitación que se traducía en un desprenderse de todo por parte de las que quedaban. Se daban recados para que se avisara a las familias por medio de las comunicaciones, éstas lo sabrían cuando ya estuviesen camino de los penales; la incertidumbre de no saber quiénes entrarían en las “listas”; la pena de las separaciones…, todo hacía que las expediciones fueran temidas como una de las mayores calamidades.

El sonido prolongado del claxon hizo que las mujeres formasen cada una en su galería. Apareció la directora, embutida en su horrible uniforme de prisiones, símbolo del poder absoluto dentro de aquellos muros. Iba acompañada de la funcionada que llevaba las “listas” de la expedición:

—Todas las que se nombren que salgan de la formación contestando por el segundo apellido —dijo despaciosa.

La funcionaría empezó a nombrar: Faustina Bueno… “Díaz”; Francisca López… “Fernández”; y así salieron de la fila hasta veintisiete mujeres. Cuando nombraron a Carmela masticó su segundo apellido y lentamente salió de la formación; Amelia, al ser nombrada, se abrazó a Adela sollozando:

—Todas las nombradas dentro de una hora, deben estar preparadas —ordenó la funcionaría.

Cuando cerraron la cancela se abrazaba a las expedicionarias.



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