Cuentos del Coronel by Arthur Conan Doyle

Cuentos del Coronel by Arthur Conan Doyle

autor:Arthur Conan Doyle [Doyle, Arthur Conan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1902-01-01T00:00:00+00:00


Me preguntaréis que qué había ganado con aquello, puesto que la ventana era tan pequeña que ni un niño podía haber pasado por ella. Os lo diré. Había ganado dos cosas: un arma y una herramienta. Esta me facilitaría el medio para aflojar la piedra que flanqueaba la ventana, y la primera me serviría para defenderme cuando me viese fuera de la prisión.

Hecho esto me puse a trabajar en la piedra, y con la punta más aguda de una de las barras de la verja abrí un agujero. Comprenderéis, por supuesto, que durante el día volvía a dejarlo todo en su sitio, teniendo muchísimo cuidado de que el carcelero encontrara siempre el suelo completamente limpio.

Al cabo de tres semanas había separado de su sitio la piedra, y tuve el gusto de retirarla, quedando un boquete por el que se veían diez estrellas donde antes se habían visto sólo cuatro.

Ya estaba todo listo y sólo tenía que esperar una noche sin luna. Llegar al patio no me parecía difícil, ¿pero y después? ¿Tendría que volver a la celda por no poder pasar de allí ó me cogerían los centinelas para encerrarme en uno de esos calabozos subterráneos reservados para los presos que tratan de escaparse?

Bien sabéis que nunca he tenido ocasión de demostrar mis aptitudes como general, pero, sin embargo, algunas veces después de tomar unas copitas me encuentro capaz de idear las más sorprendentes combinaciones, y se me ocurre que si Napoleón me hubiese confiado un cuerpo de ejército, no hubiera tenido que arrepentirse.

Aquí de mi ingenio, pensaba yo entonces, aquí de mi inventiva, y no cesaba de discurrir.

La muralla interior que tenía que escalar era de ladrillo, de doce pies de altura y coronada por una hilera de clavos. La exterior sólo la había visto un día en que, hallándome en el patio, quedaron las puertas abiertas durante un momento; pero poco más ó menos, me pareció igual que la otra. Entre las dos murallas habría un espacio de veinte pies próximamente, el cual supuse que estaría vigilado por los centinelas de las puertas. He aquí, amigos míos, el problema que tenía que resolver sin más ayuda que estas dos manos.

Una de las cosas con que contaba era la gran estatura de Beaumont. Medía por lo menos seis pies, y creí que si podía subirme a sus hombros y agarrarme a los clavos de la muralla me sería más fácil escalar ésta. ¿Tendría fuerza y maña para subir a mi compañero? Esta era una cuestión grave, pues por nada en el mundo le hubiera abandonado. Si yo llegaba a escalar la muralla y él no podía seguirme me vería obligado a volver a buscarle. Consulté el caso con Beaumont y vi que no le preocupaba poco ni mucho, por la sencilla razón de que tenía confianza en su agilidad y sus fuerzas.

Otro inconveniente, y de importancia, podía ser el centinela a quien le tocara estar de guardia frente a mi ventana en el momento de intentar la escapatoria. Los



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