Cuentos de Tintanopla by Agostina Bessone

Cuentos de Tintanopla by Agostina Bessone

autor:Agostina Bessone
La lengua: spa
Format: epub
editor: Tinta Libre Ediciones
publicado: 2022-09-15T00:00:00+00:00


«¿Qué hay de especial aquí? —se preguntaba la luna muy ansiosa—. Si aquí sonó la alarma estrellada es porque aquí no andan bien algunas cosas».

Recorrió el pueblito desde su piso de cielo, de una punta a otra de la avenida principal, por encima de las calles de tierra y de los techos de chapa. Casi se estaba por ir, cuando notó algo de miedo; a medida que se acercaba flotando hacia uno de los ranchitos, su brillo titilaba y se apagaba más. Miró detenidamente, abriendo sus ojos lo más que podía, y abrió también sus oídos alunados. Y sí… escuchó el llorar de un niño angustiado cubierto de una pena amarga.

Tendido sobre la cama, con sus ojitos negros lloraba aquel niño sin consuelo. La luna buscó rápido en su lista larga de nombres y lo encontró con urgencia: el niño se llamaba Joaquín. Era el pequeño más pequeño del pueblo.

La luna decidió ser muy discreta y lo observó de cerca. Lo observó por noches enteras, para saber qué llenaba al niño de pena.

Joaquín ayudaba durante las mañanas con el trabajo de su familia, alimentando a las gallinas y cuidando el ganado. Y a la tarde iba a la escuela, para aprender números, letras y arte. Nada parecía indicar que aquel niño estuviera preocupado, pero la quinta noche la luna descubrió cual era el problema que Joaquín traía entre manos.

—Es que ya no tengo imaginación, se me agotó. Se me terminó como se termina la leche en los tachos de la heladera —le decía muy angustiado Joaquín a su madre. Los ojos de la mamá lo miraban también con pena y temor, como se mira el cielo cuando se avecina la tormenta.

—Ya no soy un niño, mamá. Ya parece que soy grande. Pienso todo como un grande: en cuidar a mis hermanos, en que alguien puede dañarme. Soy el mejor en encontrar atajos para correr cuando es necesario, soy el mejor en vender la leche, en hacer las cuentas y en hablar en el mercado. Pero no sé cómo jugar. Ya no le pongo nombre a los animales, ni diferencio una gallina de otra. Ni me interesa el arcoíris ni el atardecer, ni puedo reírme de las cosas de las que se ríen los niños. Siento que soy niño sin ser niño. Se me deshilachó la imaginación, se desarmó. Como cuando a vos se te desarma el tejido a veces —declaró el niño poniéndole nombre a su pena, encontrando palabras para esas cosas que el corazón antes no quería anunciar.

—Pero, Joaquín… si yo te doy dos soldaditos, seguro se te ocurre una gran historia. O si te ayudo a hacerles caras a los tachos de leche, vas a ver como enseguida se te despierta la imaginación.

—No, mamá. Ya lo intenté todo —dijo el niño con resignación.

Pero la madre igual trajo dos tarros y las pinturas que guardaban para los días de lluvia. Y Joaquín supo que lo iba a tener que intentar una vez más.

Con gran tristeza la luna observó cómo



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