Cuentos completos - Los mundos reales by Abelardo Castillo

Cuentos completos - Los mundos reales by Abelardo Castillo

autor:Abelardo Castillo
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Cuentos
publicado: 1997-05-25T04:00:00+00:00


Ese era el título que, en tipografía de catástrofe, traía Crónica en su 5ta. edición. Estaba leyendo que el asesino había sustraído un collar valuado en ochenta y cinco millones, cuando me desmayé.

Un hombre muy feo, de nariz chata y descomunales y pesadísimos puños, eso, fue lo primero que vi al despertar. Pero lo de los puños es una experiencia posterior. El simio se presentó:

—Soy el inspector Debussy.

—Tanto gusto.

—Anoche usted subió a buscar un piloto a las ocho y cinco, más o menos, verdad.

—Verdad.

—¿No oyó ningún ruido extraño en el cuarto de al lado?

—No.

—¿No?

—No.

—Curioso. Porque justamente a las ocho y cinco estaban matando escandalosamente a su vecina.

Era demasiado. Una trituradora había pulverizado ochenta y cinco millones de pesos y un policía, con unos puños que amenazaban pulverizarme a mí, demostraba, a pesar de tío Obdulio, ser inteligente. Él agregó:

—El asesino pensó despistarnos atrasando el reloj. Je, je. Pero el asesino —Debussy recalcaba esta palabra y me miraba con brillantes ojitos maniáticos— olvidó un detalle.

—No me diga.

—Le digo. Olvidó que el reloj eléctrico no podía estar parado a las siete y veinticinco.

—¿No?

Puse mi cara más imbécil, pero el antropoide tenía razón.

—No. Porque a esa hora la luz estaba cortada. Así que el crimen no pudo ocurrir sino después de las ocho, o antes de las siete. Pero, de cinco a siete, el equipo infantil los Tigres de Boedo estuvo practicando fútbol en el campito del fondo. Edad promedio, ocho años. Interrogamos a todo el equipo, nadie la mató. Por otra parte, a las siete menos cuarto, uno de los Tigres desvió un fuerte shot, el esférico entró por la ventana de la víctima, y ella le devolvió la pelota de goma al golquiper Pancita Belpoliti, aunque amenazándolo con una percha, gesto que demuestra cierra ambigüedad de carácter pero que no puede realizarse desde el Reino de las Sombras, si me permite el tropos. Murió a las ocho y cinco, y basta. Ya había corriente: la mujer estaba por planchar o planchando, y nadie hace caminar una plancha eléctrica sin corriente. Je, je.

—Pero, ¿y por qué tenía que ser a las ocho y cinco, y no a las ocho y diez, o y cuarto? —dije yo—. ¿Eh? Por qué, vamos a ver.

—Porque si hubiera sido después de las ocho y cinco, el asesino nunca habría podido entrar por la ventana, como parecen demostrarlo los hechos.

—No lo sigo —dije, con una especie de pavor premonitorio.

—A las ocho y diez empezó a llover. Si la mujer hubiera estado viva después de las ocho y cinco, ¿no habría cerrado la ventana? Sin embargo, no la cerró. No podía cerrarla. Los muertos no andan por ahí, cerrando ventanas.

Fantástico: el protohombre había deducido matemáticamente la hora exacta partiendo de un hecho que nunca ocurrió, porque nadie había entrado jamás por esa ventana. Casi se lo digo.

—¿Y entonces? —pregunté.

Se inclinó hacia mí con una mano sobre el corazón.

—Ah, no sé —confesó, bajando la voz—. La verdad, no entiendo nada.

Tío Obdulio tenía razón. El hombre (es un decir) no



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