Cress by Marissa Meyer

Cress by Marissa Meyer

autor:Marissa Meyer [Meyer, Marissa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-09-30T16:00:00+00:00


LIBRO TERCERO

«La gata ha atrapado al pájaro,

y también arañará tus ojos.

Jamás volverás a ver a tu Rapunzel».

Treinta y uno

La chica volvió de la barra y dejó una bebida junto a la muñeca de Thorne para que él supiera dónde estaba.

Él giró la cabeza hacia ella y alzó las cartas.

—¿Qué piensas? —preguntó inclinando la cabeza hacia ella y alzando las cartas.

Sus trenzas le rozaron el hombro.

—Creo… —Tomó dos cartas de su mano—. Estas dos.

—Precisamente las que yo pensaba —dijo él, cogiéndolas—. Nuestra suerte va a cambiar justo… ahora.

—Dos para el hombre ciego —anunció el crupier, y tras escuchar cómo golpeaba la mesa al dejar las cartas, Thorne las cogió y las colocó en su mano.

La mujer chasqueó la lengua.

—Eso no es lo que queríamos —se lamentó ella, y él pudo percibir la desilusión en su voz.

—Oh, bueno —dijo—. No podemos ganar siempre. O, al parecer, nunca. —Esperó a escuchar las apuestas antes de retirarse. La mujer se acercó a él por detrás y acarició su cuello.

—La próxima mano será tuya.

—Me siento con suerte —dijo él sonriendo.

Escuchó las apuestas dos veces y al ganador llevarse el dinero con comodines y sietes. Por la voz áspera del hombre, Thorne imaginó una barba desaseada y una barriga enorme. Se había formado detalladas imágenes mentales de todos los jugadores de la mesa. El crupier era un hombre alto y delgado de bigote fino. La dama junto a él era mayor y se oía un sonido metálico cada vez que cogía las cartas, así que imaginó que llevaba encima un montón de joyas ostentosas. Al hombre de su derecha lo visualizó flaco, huesudo y con problemas de piel, pero probablemente quiso imaginarlo así porque era el que más estaba ganando.

Desde luego, la mujer que no se despegaba de Thorne era endemoniadamente seductora.

Pero resultó que no le daba suerte.

El crupier entregó otra mano y Thorne alzó sus cartas. Detrás de él, la chica soltó un silbido triste.

—Lo siento, amor —susurró.

—¿Ni una esperanza? Qué lástima —dijo él, haciendo una mueca.

Las apuestas se abrieron y circularon por la mesa. Descartes. Jugadas. Aumento de apuestas.

Thorne golpeó las cartas con sus dedos y suspiró. Eran inservibles, a juzgar por la triste inflexión de la mujer.

Naturalmente, puso su palma sobre sus fichas y las deslizó todas al centro de la mesa, escuchando el alegre repiqueteo que hacían al caer unas sobre otras. No es que tuviera muchas.

—Lo apuesto todo —anunció.

La mujer detrás de él estaba en silencio. La mano sobre su hombro ni siquiera se movió. Nada que indicara que él estaba actuando en contra de su recomendación.

Cara de póquer, ciertamente.

—Estás loco —dijo el jugador flaco y huesudo, pero se retiró.

Luego el hombre de la barba resopló por la nariz con un sonido que produjo un hormigueo en la columna vertebral de Thorne: no de preocupación, sino de expectación. Este era su hombre.

—Doblaría si creyera que tienes algo más que apostar —dijo, y repiqueteó la mesa con las fichas.

Los dos últimos jugadores se retiraron. El crupier entregó cartas para reemplazar las desechadas: dos para el oponente de Thorne.



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