Cosas que ya no existen by Cristina Fernández Cubas

Cosas que ya no existen by Cristina Fernández Cubas

autor:Cristina Fernández Cubas [Fernández Cubas, Cristina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T00:00:00+00:00


Días de jamasín

UNA mañana, a finales de abril o principios de mayo, te despiertas de pronto con la sensación de que no has dormido. Cansada, acalorada, aturdida. Vives en Amir Kadadar, junto al Tahrir, en pleno centro de El Cairo. Meses antes ocupabas un piso no muy lejos de allí, en Yusuf el Guindi. Las dos viviendas tienen algo en común. Las paredes están pintadas de azul verdoso, eficaz contra los insectos, disponen de una nevera de fabricación rusa y líneas contundentes, el ascensor funciona casi siempre y, si no fuera por los desconchados y grietas que serpentean la escalera y asoman en el interior de tu piso, te creerías una auténtica privilegiada. En el fondo lo eres. Con el tiempo te has acostumbrado a ver lo que quieres ver y a pasar de largo ante lo que te molesta. Miras, por ejemplo, las molduras del techo, la lámpara del vestíbulo, el paragüero art nouveau de la entrada, los elaborados marcos de algunas puertas… Las dos casas, en otros tiempos, conocieron momentos de gloria. Como todo el barrio. Aún podrían ser restauradas, remozadas, salvadas sin demasiado esfuerzo, pero sospechas que no llevan ese camino. No tienes más que detenerte ante los portales vecinos, algunos espléndidos —aunque ennegrecidos, descuidados—, o contemplar el trabajo admirable de los hierros forjados de las barandillas de las escaleras para encontrarte sin excepción con la misma imagen. El ascensor lleno de polvo, ostentosamente detenido entre la planta baja y el primer piso, para que no queden dudas, para que a nadie se le ocurra apretar un botón y esperar por los siglos de los siglos, o dar voces al portero —si lo hay—, o maldecir en voz alta, o molestar a algún inquilino. La imagen es tan común que lo raro, lo extraordinario, sería preguntar cuándo lo repararán o dejar la visita para otro día. No lo repararán jamás, y preguntarlo —si por casualidad se conoce a alguno de los vecinos— significa adentrarse en oscuras diferencias entre propietarios e inquilinos de las que no se saca mucho en claro. La posición de la caja es lo único incontestable. Se trata de un castigo. Historias de alquileres bajos y de propietarios con altos proyectos. Por eso tienes todos los motivos del mundo para sentirte afortunada. Subes a tu piso en ascensor y, al llegar, puedes servirte algo fresco de la nevera. ¡Oh, la nevera! Algunos, que poseen este lujo, la adornan y miman. La nevera, como una diosa, ocupa a menudo la parte noble de las casas, el salón, el comedor… El lugar preferente que a ti te recuerda otros tiempos, en tu país, cuando irrumpieron avasalladores los primeros aparatos de televisión. Al principio esta adoración no te ha parecido exagerada. Una nevera en un lugar en que, en verano, se pueden alcanzar los cincuenta grados merece tal entrega y más. Tampoco te ha admirado que esté considerada un lujo —son caras, hay pocas, para ciertos modelos es difícil encontrar recambios—, pero sí te sorprende el hecho de que para algunos se trate de un lujo postergable, perfectamente prescindible.



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