Corsario by Beatriz Frías
autor:Beatriz Frías
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2017-09-07T00:00:00+00:00
Tras esa noche todo sucedió muy rápido, los días que vinieron después, apenas vi a James, no paraba en el castillo. Rose, con la que pasaba casi todo el día entre la prueba del vestido y las clases de su idioma, me comentó que había problemas con los aldeanos, estos estaban asustados por hechos extraños que estaban sucediendo en el bosque y cerca de sus casas.
—¿Qué sucesos, Rose? —le pregunté.
—Creemos que es un tema de brujería. Aparecen manchas de sangre en los árboles del bosque, animales muertos, descuartizados, cuyo corazón no está y sus tripas están fuera del animal. A su lado siempre hay un círculo y unos símbolos todos ellos dibujados con la sangre. Mi hermano está preocupado, sabe que es alguien que quiere asustarnos a todos, por eso desea descubrir quién es el causante, pero no da con ello, está preocupado.
—¿Tiene una ligera idea de quién puede ser el causante?
—No, y si lo sabe no me ha dicho nada, mi hermano es así, no me quiere preocupar ni a mí ni a nadie, pero yo le conozco y sé que está inquieto por esa serie de sucesos.
En ese momento llegó la modista. Rose estaba más entusiasmada que yo con el vestido de novia y la boda; me divertía y agradaba ver su emoción, yo por el contrario no estaba tan feliz, amaba a aquel hombre, pero sabía que la boda iba a significar mi perdición; ya que no podría estar cerca de él ni sentir sus besos ni sus caricias.
—¡Estás preciosa!, ya verás cuando mi hermano te vea —me dijo Rose una vez que me probé el vestido.
Realmente era muy bonito, blanco, con cuello redondo y mangas anchas, se ceñía hasta la cintura y allí una cinta ancha dorada se ajustaba a la cadera y caía en línea recta hasta el suelo. Era sencillo, pero a mí, al igual que a Rose, me gustaba.
Las pruebas del vestido fueron agotadoras y la jornada aburrida y cansada, echaba de menos a Isabel, se había hecho muy amiga de la cocinera y apenas estábamos juntas.
Decidí ir esa tarde a la playa, Rose no podía acompañarme, ya que iba a ayudar al jardinero a plantar unas flores. La playa estaba muy cerca del castillo, así que siguiendo las instrucciones de James, cogí uno de los caballos y me fui directa a ver el mar, lo necesitaba, cada vez que lo veía me acordaba de mi amada Valencia, de mi tierra donde fui tan feliz. Necesitaba cabalgar hasta allí y sentir el roce del viento en mi rostro, notar su suave caricia, sentirme libre. Atravesé un bosque donde los rayos apenas podían penetrar por las frondosas copas de los árboles. Se escuchaba el murmullo de las aguas del ligero río que atravesaba entre la abundante vegetación, era muy bonito. De repente la arboleda empezó a no ser tan espesa y apareció ante mí una arena fina de color blanquecino, los árboles quedaron atrás para dar lugar a una playa arenosa protegida por dos grandes acantilados que la guardaban en los días de viento.
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