Comerse a Buda by Barbara Demick

Comerse a Buda by Barbara Demick

autor:Barbara Demick [Demick, Barbara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


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El fiestero

Bailarinas y modelos con prendas tibetanas (Jiuzhaigou, 2007).

La tecnología progresó, pero la Historia retrocedió. En 2001, Pekín fue elegido como anfitrión de los Juegos Olímpicos de Verano de 2008, decisión que afirmó la condición de nueva superpotencia de China. El Gobierno se preparó para los juegos con una desaforada campaña de obras públicas: además de estadios se construyeron aeropuertos, ferrocarriles, torres, puentes, presas, carreteras de circunvalación, pasos elevados y subterráneos, viviendas adosadas y bloques de apartamentos. Todas las capitales de provincia se convirtieron en megaciudades. Para los extraordinarios ingenieros chinos no había ninguna meta inalcanzable. En 2006 se inauguró la vía férrea más alta del mundo, que recorre más de mil kilómetros y medio de meseta tibetana, atravesando zonas de permafrost, y comunica Lhasa con la provincia de Qinghai. A cada pasajero se le ofrecía un equipo de oxígeno. Por lo demás, China estaba construyendo una media de cuatro aeropuertos cada año. En 2003 se había inaugurado uno en el condado de Songpan, administrado por la prefectura de Ngawa. Se planeaba construir otro en Hongyuan, a apenas cincuenta kilómetros del centro de Ngawa, en la linde de los pantanales. Daba la impresión de que los ingenieros estaban desafiando las leyes de la física, y el tiempo y las distancias, reduciéndose. Estas obras salvaban el abismo entre el Tíbet y el interior de la China moderna.

Justo cuando la vida debía haberse hecho más cómoda para ellos, los tibetanos vieron coartada su libertad. Con el desarrollo económico llegaron más tropas chinas y fuerzas paramilitares: la wuijing o policía armada. Los paracaidistas chinos llevaban haciendo maniobras con alas delta motorizadas en los pantanales desde 1999. La presencia militar china se estaba haciendo cada vez más molesta.

Al oeste del monasterio Kirti, cerca de la concurrida carretera principal, había un enclave destinado para uso militar y vedado para los tibetanos. En el exterior de la base se estableció un puesto de control cuyo personal se haría famoso por hostigar a los conductores tibetanos. Cuando uno tenía la luz trasera rota o no llevaba puesto el cinturón de seguridad, los soldados le paraban y sacaban dinero. Un monje de la provincia de Qinghai que viajaba con frecuencia a Ngawa para comprar provisiones para el monasterio recordaría que un día de 2007 iba en una camioneta y el conductor se perdió, y fueron a parar a la entrada de la base militar que había a las afueras de la ciudad. Los soldados ordenaron a todos que se bajaran, se pusieron a darles patadas y les hicieron vaciar sus bolsillos y bolsas. Por desgracia, los monjes llevaban 3000 yuanes chinos (unos 400 dólares), dinero del monasterio, y los militares se los quedaron. El monasterio, que tenía contactos, se quejó a las autoridades y acabó recuperando más o menos la mitad del dinero. Pero los soldados siguieron extorsionando a los tibetanos.

En otro viaje, la policía armada paró la camioneta en la que iba el monje para inspeccionarla. Resultó que uno de los ocupantes llevaba un medallón con la



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