Ciudad Del Fuego by T. H. Lain

Ciudad Del Fuego by T. H. Lain

autor:T. H. Lain
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Tinieblas
publicado: 2010-03-02T08:02:09+00:00


–Vernon… -jadeó el posadero. Estaba mirando a Regdar desde detrás de la puerta-.

El herrero… oh, ¡dioses! Cómo pudiste…

El tono acusador de Eoghan se cortó cuando Regdar se giró hacia él, mirándole con rabia.

–Está muerto -dijo Regdar tajantemente-. No podemos ayudarle y su cadáver no va a sernos de ayuda. Tenemos que buscar algún modo de salir de ésta. Después podrás lamentar su pérdida -añadió el guerrero con más suavidad.

Eoghan asintió y se deshinchó un poco. – ¡Voy a salir ahí fuera! – gritó Temprano-. ¡Podemos luchar contra ellos!

–No podrías acercarte -dijo Alhandra-. Todos tienen arcos y apenas podemos verlos.

–Yo puedo verlos -dijo Ian, pero no parecía contento ante la idea.

–Yo también puedo -añadió Krusk. Temprano miró sorprendido al semiorco-. No voy a correr más, voy a luchar.

Temprano asintió lentamente. – ¡Muy bien entonces! Vamos.

–No -dijo Regdar. Aún estaba cerca de la puerta cerrada y les impedía el paso-. Este no es el modo.

Alhandra se adelantó para apoyar al guerrero y Naull dio la vuelta para ponerse a su lado. – ¿Entonces cuál es el modo? – preguntó Temprano con enfado-. ¿Tienes otro plan?

Regdar no contestó inmediatamente. – ¿Tantas ganas tienes de morir, Temprano? – le preguntó Naull con sarcasmo.

Temprano avanzó hacia ella refunfuñando, pero Alhandra se puso en medio.

–No seas loco -dijo. Su tono hizo que Temprano se parara y quedara boquiabierto-.

Escucha, piensa.

Las dos palabras parecieron arrancarle la rabia y se quedó en silencio.

Después de un largo momento, Regdar volvió a hablar, esta vez lo bastante alto para que todo el mundo de la planta baja pudiera oírle.

–Si salimos ahí fuera y luchamos -dijo lentamente Regdar -podríamos ganar. Quizá mataríamos a todos los gnolls antes de morir todos.

El guerrero dejó que el doble impacto de su afirmación se asentara. Los pocos aldeanos que aún estaban abajo se miraron incómodamente. Ian se encogió de hombros; él no se había movido hacia la puerta para apoyar a ningún bando.

–Pero si no lo hacemos -siguió Regdar-, si nos matan a todos en vez de sólo a unos cuantos, se llevarán un premio para su líder. Un premio peligroso.

Miró a Krusk. El semiorco parecía incómodo, pero Regdar sabía que no podía persuadir a nadie sobre el curso de acción correcto sin dar razones para ello.

–Creemos que los gnolls que atacan vuestra villa van detrás de una cosa. Cuando se marche, deben seguirla y vosotros estaréis seguros -algunos de los aldeanos murmuraron con incertidumbre, pero Regdar siguió adelante-. Podemos llevarnos esa cosa e intentar escapar con ella, pero sé que eso es pediros mucho. ¿Cómo podéis saber que no nos estáis ayudando a escapar para quedar atrás y morir en el incendio?

Se elevaron más murmullos. Naull se revolvió inquieta pero se quedó en silencio.

–No tengo respuesta a eso -concluyó Regdar-. Tendréis que confiar en nosotros.

Miró a Alhandra, alta y con su armadura brillante, y después hacia Krusk. Miró a los ojos del semiorco y el bárbaro asintió, como si Regdar le estuviera hablando a él, no a los aldeanos.

–Yo confío en ti -dijo Ian-. Me quedaré.



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