Cicatrices del desastre by Luis Bolívar Troya

Cicatrices del desastre by Luis Bolívar Troya

autor:Luis Bolívar Troya [Bolívar Troya, Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2022-04-11T00:00:00+00:00


JINETES DE ALCÁNTARA

Julio, 1921

Martí se vio reflejado en la hoja de los cuchillos de sus enemigos. «Parece increíble en las cosas que uno se llega a fijar antes de morir», pensó. Con una sangre fría, impensable hacía unos momentos, observó a aquellos dos hombres. El primero era un individuo alto y fuerte. Debía de ser una persona acostumbrada al trabajo duro y en esa zona no era difícil realizarlo. Poseía un aspecto desmañado y una barba profunda y generosa. Sus ojos, irreflexivos, parecían exigir un tributo de sangre. El segundo, un poco más bajo y regordete, aparentaba ser el escudero del primero. Pensó que este debía de ser más cobarde que su compañero, pues no había dudado en esconderse cuando había disparado el sanitario. El bajito mostraba una sonrisa servicial que le recordaba a la de una persona capaz de arrastrarse ante otra de mayor ímpetu para conseguir ser valorada.

—¿Tú médico? —dijo el más alto, mirando su uniforme—. Tú verás operación ahora.

Martí permanecía inmóvil. Sabía que la resistencia era inútil, ya que estaba literalmente agotado y apenas podía moverse. Pudo notar cómo el moro le apretaba el estómago con el puñal. Pensó que no tardaría en abrírselo.

Una fuerte explosión se oyó en aquel rincón del Izzumar y el rifeño cayó encima del sanitario con la cabeza atravesada por una bala. Un gran estrépito se dejó oír cerca de allí. El compañero, haciendo honor a la cobardía que Martí le había atribuido, dio media vuelta intentando huir. Mientras se quitaba de encima el pesado fardo que representaba el muerto y lo apartaba de un empujón, pudo ver unos jinetes montados a caballo con el sable desenvainado. Uno de ellos persiguió al rifeño, dejando caer el sable con gran fuerza sobre su cabeza, cuando lo tuvo a la distancia adecuada. La carrera del cobarde acabó con la cabeza abierta como una sandía. Su cuerpo sin vida cayó rodando por la pendiente del desfiladero.

El sanitario observó maravillado aquel jinete que, dando media vuelta a su caballo se dirigió hacia él:

—Creo que es hora de marchar —dijo, tendiéndole una mano que Martí se apresuró a coger. Haciendo un gran esfuerzo, subió a la grupa del caballo y, de esa guisa, acabaron de ascender el Izzumar.

Cuando llegaron arriba, pudo observar que allí se encontraba la caballería de Alcántara al mando del teniente coronel Primo de Rivera. La posición de Izzumar estaba en llamas. Aquel pequeño ejército formaba, probablemente, la única unidad capaz de resistir al enemigo. Al parecer, ya habían realizado varias cargas contra los rifeños y estos habían preferido dejarlos en paz y dedicarse a rematar a los heridos. Sobre muchos de los caballos se hallaban otros soldados heridos o recogidos.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó el jinete.

—Martí —respondió el aludido—. ¿Y tú?

—Roberto. ¡Esto ha sido increíble! Hemos intentado detener la avalancha de fugitivos, pero ha sido imposible. Al final, el teniente coronel ha optado por defender la retaguardia para que pudierais pasar. Hemos podido salvar a algunos. Desgraciadamente, no a todos los que hubiéramos querido.



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