Chump Change(c.1) by Dan Fante

Chump Change(c.1) by Dan Fante

autor:Dan Fante [Fante, Dan]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 11

Continuamos hacia el Este alejándonos de Beverly Hills hasta llegar a la Avenida Western, donde torcimos al sur. Aún no había llegado la hora punta matinal y el viento cálido arrastraba por las calles vacías hojas de palmera, polvo y basura. Amy parecía enfadada y se había acurrucado contra la puerta trasera. Tenía las rodillas contra el pecho y los pies ocultos bajo mi chaquetón. Lo único que asomaba era su cabeza. El perro yacía exhausto, y con cada respiración soltaba un quejido y algún que otro pedo silencioso. Galletas y vino convertidas en gases: pedos letales.

Hasta llegar al Bulevar Santa Mónica dejé las ventanillas bajadas. Pasamos por el local de lucha libre femenina en el barro, por los sexshops... Amy no me había dirigido la palabra en todo el trayecto. Decidí romper el silencio.

—¿Se puede saber a dónde te estoy llevando? ¿Dónde quieres que te deje?

No hubo respuesta.

—Amy —le rogué—, la cabeza se me parte del dolor. Háblame o bájate del puto coche.

—Pa-pa-para en la esqui-qui-quina siguiente, ca-ca-cari-ño. Ahí do-donde está esa ti-ti-tienda —dijo finalmente—. Ahí me ba-ba-bajo.

Era un mini-mercado y licorería. Di un volantazo y aparqué en una plaza alejada de la puerta principal, luego apagué el motor.

Me lanzó una mirada furiosa.

—Lo que aca-ca-cabas de hacer ha sido una lo-locura. Ca-ca-casi me me-me-me-meo encima del mi-mi-miedo.

—Ya te he pedido disculpas. No aguanto a la gente que se cree superior —pero rápidamente se me ocurrió otra excusa—: Además, odio a los tipos que usan sombrero de vaquero.

Amy se bajó, rodeó la ranchera y se acercó a mi puerta. Sonreía, pero era una sonrisa de despedida.

—¿Qui-quieres que te-te-te traiga algo para el e-e-estóma-go a-antes de irme?

No rechacé su oferta porque quería quedarme en el coche todo el tiempo posible. Con gran dificultad bajé mi mano temblorosa hasta el bolsillo izquierdo de mi pantalón y saqué como pude el fajo de billetes por la ventanilla.

Ella me arrebató el dinero, parecía impaciente.

—De-de-déjamelo a mí —susurró—. Estás he-he-hecho un a-a-asco, jo-jo-joder.

Con suma rapidez alisó los billetes, los contó, y después me informó del total: sumaban doscientos setenta dólares en billetes de veinte y de diez. Era todo el capital que me quedaba del paro de Nueva York; eso sin contar la tarjeta de crédito. Amy me entregó el fajo.

—¿Qué qui-quieres que te-te-te traiga?

—Más vino —contesté dándole un billete de veinte—, dos botellas de Mogen David 20/20 y aspirinas. Ah... y Kaopectate para el estómago.

Te-te-te crees que e-eres la o-o-ostia, ¿no es cierto? A veces te compo-po-po-po-portas como si fu-fu-fueras el pu-putopre-pre-presidente.

—¿Lo dices en serio?

¿Qué te-te-te has creído?, ¿que ti-ti-tienes la po-po-polla más la-la-larga que la de To-To-Tom Se-Sellnock?

—¿Quién coño es Tom Sellnock?

Volvió a sonreír.

No te pre-pre-preocupes, Bruno. De-de-desde el primer mo-mo-momento en que te-te vi, su-su-supe que eras de los que si-siempre se pa-pa-pasan tres pu-pu-pueblos; y que estabas más lo-loco que una pu-pu-puta cabra. Ti-tienes ojos de pi-pi-pirado.

Los suyos eran grandes y castaños. Suavizaban la dureza de sus rasgos.

—¿Qui-qui-quieres que pa-pase el día co-co-contigo? Ya-ya sabes, ma-ma-matar el tiempo ju-juntos... Mira, voy a co-co-comprar el vi-vino y nos va-va-vamos para tu ca-ca-casa, ¿vale?

—No tengo casa.



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