Celia y el comisario by Elena Bargues

Celia y el comisario by Elena Bargues

autor:Elena Bargues
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2018-10-15T12:08:54+00:00


Capítulo 9

Celia oyó el murmullo de voces al otro lado de la puerta. Se aproximó sigilosamente y apoyó la oreja para saciar su curiosidad. Se había cambiado y se disponía a acostarse, por lo que no estaba visible para abrir la puerta. Reconoció el tono elevado de Vicente y el más bajo y suave del comisario, pero no entendió lo que decían. Luego, la puerta de Vicente le avisó de que la discusión había terminado. Iba a separarse de la puerta cuando llamaron suavemente con los nudillos, como si no quisieran que se enterase el resto de la casa.

Aguardó unos segundos para disimular su cercanía a la puerta y la abrió ligeramente. La cabeza del comisario se volvía a ambos lados vigilando el pasillo y habló rápidamente, sin mirarla.

—Coja lo necesario para dormir y venga. No debe quedarse sola.

—¿Y adónde voy a ir? —preguntó asombrada.

—A mi cuarto —confesó sin ambages.

—¡Cómo! —exclamó incrédula.

—¡Shhh! No grite —susurró el comisario, nervioso.

—Nadie debe saber dónde se encuentra. Apresúrese —apremió.

Celia obedeció, se calzó las chinelas y se puso encima el salto de cama. Apagó la luz, abrió la puerta de par en par, salió y la cerró suavemente. El comisario la aguardaba en el umbral de su habitación. Cruzó el pasillo y se deslizó en el interior del dormitorio masculino.

—Estoy loca para hacer esto que estoy haciendo —dijo en voz alta.

—En absoluto. Temo por su vida. Podría haber pasado a su dormitorio, pero dejaría constancia de mi presencia a cualquiera que entrase.

—Lo mismo que aquí —razonó Celia.

—No. El asesino la buscará en su cuarto, si no la encuentra allí, pensará en otras opciones; pero no se le ocurrirá que comparte la habitación con el comisario.

—¿Usted cree? Vicente ya ha opinado al respecto y esto le confirmaría mis malas artes para enredarlo en mis redes.

—Su primo está dolido y dice cualquier cosa que se le pase por la imaginación para hacer daño. Le cedo la cama.

—Muy amable. Y usted, ¿dónde dormirá?

—No será la primera ver que lo haga sobre el suelo —respondió colgando la chaqueta en el respaldo de la silla.

Celia contempló la cartuchera con la pistola que le colgaba bajo el hombro. Asistió al proceso de quitársela y dejarla sobre el escritorio, continuó con la lazada de la corbata y se desabrochó el chaleco. Luego, se descalzó. Le gustaron sus pies, como la intimidad de verlo en camisa. Entonces pensó en ella misma, en cómo iba vestida y se sonrojó.

—No se preocupe —malinterpretó el comisario el rubor—; no voy a desnudarme completamente. ¿Me cederá alguna almohada?

—Por favor, sin dudarlo, y una manta. ¿Está seguro? Ya me duelen los huesos de solo pensarlo —reconoció angustiada Celia.

El pundonor a Celia no le permitió prescindir del salto de cama para dormir, así que se descalzó y entró tal cual bajo las sábanas. El comisario apagó la luz, terminó de desvestirse para que la ropa no estuviera arrugada al día siguiente y se tumbó en el suelo a un lado de la cama.



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