Celda de aislamiento by Albert Woodfox

Celda de aislamiento by Albert Woodfox

autor:Albert Woodfox [Woodfox, Albert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2019-03-04T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 34

MI MAYOR PÉRDIDA

En el CCR, todas las mañanas me despertaba con el mismo pensamiento: ¿será hoy el día? ¿Será el día en que pierda mi cordura y mi disciplina? ¿Me pondré a dar alaridos sin parar? ¿Me haré un ovillo y me convertiré en un bebé, uno de los primeros indicios de que una persona está perdiendo el juicio? Todos los días tenía que mantener a raya la locura. Todos los días tenía que encontrar esa fuerza. Tenía que encontrar dentro de mí la voluntad y la determinación de no desmoronarme. Esas cualidades las heredé de mi madre.

Lo más cerca que estuve de desmoronarme en la cárcel fue tras la muerte de mi mamá, el 27 de diciembre de 1994. Yo me decía: «Si puedes respirar, eres capaz de superar cualquier cosa». Cuando murió mi madre fue como si me quitaran el aliento. Por mucho que lo intentara, no era capaz de recuperar el aliento. Siempre pensé que si vivía lo suficiente acabaría ganando. Pero ahora mi madre ya no estaba, y ya nunca podría volver a tenerla en mi vida, por muchos años que viviera. Me preguntaba si, sin mi madre, algún día sería capaz de volver a respirar.

Ruby Edwards nació el 9 de mayo de 1929. Cuando era una adolescente, desde las páginas del Louisiana Weekly, la NAACP calificaba la legislación racista de los estados del Sur de «esclavitud modernizada y con un diseño más aerodinámico, que sustituye los grilletes por carteles de “SOLO PARA LOS BLANCOS”; que reemplaza las dependencias donde vivían los esclavos por el gueto de los arrabales; que sustituye tres comidas al día por el sueldo de hambre de las doncellas y los mozos; que reemplaza el látigo del amo por las antorchas de la turbamulta y las porras de la policía». Aquel era el mundo de mi madre, pero ella no se recreaba en las adversidades. Recuerdo que un día, de pequeño, fui con ella a unos grandes almacenes de Canal Street. En aquellos tiempos los negros no podían acceder por la entrada principal de unos grandes almacenes y no podían rebuscar por los pasillos. Nos permitían que gastáramos nuestro dinero en la tienda, pero no se nos concedía la dignidad de que nos vieran dentro del establecimiento. Entramos por la puerta de atrás de la tienda. Ella llevaba una foto de un vestido que había visto en el periódico y se lo dio a una dependienta blanca. Aquellas jóvenes dependientas blancas siempre eran groseras, impacientes e irrespetuosas. Al final la dependienta le llevó a mi madre un vestido que se parecía al de la foto para que le echara un vistazo. Sin embargo, mi madre siempre creyó que las cosas iban a ir a mejor. Cuando yo nací, ella estaba decidida a hacer nuestra vida mejor.

Los progenitores de mi padre biológico, dueños de un pequeño negocio en Nueva Orleans, tenían otras ideas. La madre de mi padre llevó a mi madre a los tribunales para que le concedieran mi custodia y le dijo al juez que mi madre no estaba capacitada para criarme.



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