(Cato 01) El águila Del Imperio(c.1) by Simon Scarrow

(Cato 01) El águila Del Imperio(c.1) by Simon Scarrow

autor:Simon Scarrow
La lengua: es
Format: mobi
Tags: adv_history
publicado: 2010-03-19T23:00:00+00:00


Capítulo XIX

En la víspera de la partida de la legión ya se habían revisado todos los vehículos y ensebado sus ruedas. Estaban dispuestos en largas hileras y cargados con los pertrechos y equipaje variado de la legión. Los animales de granja que había en los corrales junto a la fortaleza se comían con satisfacción el último forraje de invierno. La mayor parte del personal del cuartel general, con el trabajo de las siguientes semanas terminado, estaba de juerga entre las tiendas y los muros mugrientos, donde los habitantes de la zona vendían una bebida alcohólica muy fuerte a la que la guarnición ya se había acostumbrado durante los años que habían pasado en la frontera del Rin. Los veteranos más sobrios estaban ocupados impermeabilizando sus botas y comprobando que los tacos de las mismas estuvieran en buen estado para recorrer los casi quinientos kilómetros que tenían por delante.

En el cuartel general, unos pocos administrativos ultimaban los detalles en grandes salas que retumbaban con una extraña sensación de vacío: todos los documentos ya habían sido ordenados y guardados en arcones de archivo y luego trasladados a los carros. Todavía debían liquidarse algunas deudas contraídas con los comerciantes del lugar y emitir los permisos de viaje para las familias de los oficiales que se dirigían directamente a Italia. Un destacamento de la caballería debía escoltar al convoy hasta Corbumento antes de avanzar hacia el oeste para reunirse con la legión.

Vespasiano pasó junto a una hilera de escritorios sobre los que un equipo de cinco administrativos estaban inclinados escribiendo a la luz escasa y temblorosa de las lámparas de aceite. Miró los papeles que había esparcidos por todas las mesas.

—¿Qué es esto?

—¿Señor? —el administrativo superior se levantó inmediatamente.

—¿En qué estáis trabajando?

—Son copias de una carta que nos ha encargado la señora Flavia, señor. Son para unos tratantes de esclavos de Roma a los que les pide detalles sobre los mentores de niños de que puedan disponer.

—Ya veo.

—Dijo que usted lo había ordenado, señor.

El tono de resentimiento era indiscutible, y Vespasiano sintió una punzada de culpa al ver a aquellos hombres trabajar hasta tarde, cuando sus compañeros estaban dándose el gusto de entregarse al jolgorio.

—Bueno, no creo que un día de retraso altere sus planes. Tú y tus hombres podéis acabar las cartas en otro momento. Marchaos.

—Gracias, señor. Ya habéis oído al legado, chicos.

Ordenaron con entusiasmo los papeles, taparon los botes de tinta, limpiaron las plumas y se levantaron para salir de la sala.

—¡Esperad! —Vespasiano les llamó y ellos se dieron la vuelta para mirarle con inquietud. Rebuscó en el portamonedas que le colgaba del cinturón y lanzó una moneda de oro al jefe. — Para ti y tus hombres... Tomaos unos tragos a mi salud. Habéis hecho un buen trabajo estos últimos días.

Los administrativos murmuraron palabras de agradecimiento y se apresuraron a salir gritando de entusiasmo, dejando a Vespasiano tras ellos mirándoles con cierta nostalgia. Parecía que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que pasara una noche de juerga con sus compañeros para celebrar su nombramiento como tribuno.



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