Caterina by Carlo Vecce
autor:Carlo Vecce [Vecce, Carlo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-15T00:00:00+00:00
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Durante unos dÃas Caterina lo cuidó y le consiguió, no se sabe cómo, algo de comida: unas hierbas amargas que masticó previamente y le metió en la boca, raÃces, bellotas, pequeños huevos de codorniz que encontró buscando nidos por aquà y por allá, un pescado crudo que agarró con un movimiento rápido de las manos y desgarró con sus dientes; luego encontró el puñal en la bolsa y empezó a usarlo también. Mientras tanto, por comodidad, e intuyendo tal vez que serÃa mejor y más seguro para los dos, se quitó la falda y se puso unos calzones de repuesto de Donato, metiéndolos dentro de sus botas, y uno de sus jubones, que se ajustó para que no le bailara encima y, sobre todo, tras afilar la hoja del puñal en una piedra, se cortó todo el pelo como un chico. Mejor no ser mujer en el viaje que se disponÃan a emprender.
Levantó a Donato, renqueante y aturdido, se cubrieron con capas y capirotes, y con la ayuda de dos bastones emprendieron el camino, como dos pobres peregrinos y mendigos, un anciano padre y su hijo, implorando a otros viandantes y peregrinos la caridad de algo de comida y buscando un establo y un cobijo para pasar la noche, y preguntando por el camino hacia ese lugar desconocido cuyo nombre Donato no dejaba de repetir: Florencia, Florencia. No sabe cuánto tiempo pasó, vio la luna renovarse varias veces, pero no ha contado los dÃas. Caminaron y caminaron. Cruzaron rÃos, ciénagas, canales, se escondieron detrás de los matorrales cuando pasaban bandas de mercenarios que quemaban y saqueaban pueblos, los acogieron bajo las arcadas de los hospitales frailes misericordiosos y durmieron bajo las estrellas entre las rocas de las altas montañas que reflejaban la luna llena. Cuando se adentraban en tupidas espesuras donde resonaban los aullidos de los lobos, ella agarraba el puñal con más fuerza. Cazaba liebres y pescaba peces en los arroyos, encendÃa el fuego y cocinaba para Donato, que no dejaba de repetir, con la vista perdida: Florencia, Florencia.
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