Cartas de la monja portuguesa by Mariana Alcoforado

Cartas de la monja portuguesa by Mariana Alcoforado

autor:Mariana Alcoforado [Alcoforado, Mariana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1668-12-31T16:00:00+00:00


Cuarta Carta

Es verdad que violento mi corazón cuando te escribo tratando de hacerte entender mis sentimientos. ¡Cuán feliz sería, si pudieses valorarlos por la vehemencia de los tuyos!

Pero no puedo fiarme de ti, ni tampoco puedo dejar de decirte, aunque con menos intensidad de la que siento, que no deberías mortificarme tanto, con ese olvido que me enloquece y que hasta es una vergüenza para ti.

Es muy justo, al menos, que soportes los lamentos de esta desolación que presentí desde que conocí tu decisión de dejarme. Bien sé que me engañé al pensar que actuarías conmigo con más lealtad que la acostumbrada; porque, a fin de cuentas, mi excesivo amor me hacía superior a todas y a cualesquiera sospechas y que merecía de ti una fidelidad mayor que la esperada. Pero tu disposición a traicionarme venció, en fin, al justo trato que merecía por todo lo que había hecho por ti.

No sería menos desdichada si me amases únicamente porque yo te amo. Preferiría que ese sentimiento naciera espontáneo de tu propio corazón. ¡Cuán lejos estoy de esto, pues han pasado seis meses sin recibir una sola carta tuya!

Todas estas desgracias las atribuyo a la ceguera con que me entregué a ti. ¿No debía prever que toda mi alegría se acabaría más de prisa que mi amor? ¿Podría haber esperado a que te quedaras para siempre en Portugal y que renunciaras a tu fortuna y a tu país, para ocuparte sólo de mí? Mis penas no tienen alivio y el recuerdo de mis placeres aumenta mi desesperación.

Pues todos mis anhelos se frustraron y ¡no volveré a verte en mi cuarto con todo aquel ardor, con toda aquella pasión impetuosa que me mostrabas!

¡Mas, ay de mí! ¡Cuánto me engaño! Ahora sé muy bien que todas las maravillas que embriagaban mi cabeza y mi corazón eran producidas sólo por algunos placeres que se acababan tan rápidamente como ellas.

Habría sido necesario que en esos momentos de suprema felicidad hubiera acudido a mi razón, para moderar el nefasto exceso de mis delicias y para entrever todo lo que ahora sufro. Pero me entregaba toda a ti, mi amor, y no me hallaba en estado de pensar en algo que pudiera amargar mi júbilo cuando gozaba con plenitud de las ardientes manifestaciones de tu pasión. Sentía tanto placer por tenerte a mi lado, que no podía imaginar que un día me abandonarías. Recuerdo, a pesar de todo, haberte dicho algunas veces que me harías desgraciada, mas estos temores se desvanecían inmediatamente y me complacía en sacrificártelos y en abandonarme al encanto y a la alevosía de tus protestas.

Veo muy bien cuál sería el remedio para todas mis penas. Me vería libre de ellas al instante si dejara de amarte; pero ¡ay de mí!, ¡qué remedio!… No. Prefiero sufrir aún más, antes que olvidarte. ¿Depende eso de mí? ¡Si no puedo reprocharme el haber dejado de amarte un solo instante!… Aun así, eres más digno de compasión que yo; más vale padecer cuanto padezco, que gozar de los lánguidos placeres que te ofrecen tus amantes de Francia.



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