Cartago by Franco Forte

Cartago by Franco Forte

autor:Franco Forte [Forte, Franco]
Format: epub
Tags: prose_history
editor: www.papyrefb2.net


IV

Mientras subían los peldaños del Foro, Publio advertía el latido de su corazón como un estrépito capaz de borrar cualquier otro ruido en torno a él. Estaba fascinado por encontrarse en Roma, la ciudad de la que nunca se había movido hasta la expedición hacia la Galia Cisalpina, y que, a pesar de haber dejado hacía pocos meses, ya le parecía profundamente cambiada. Había una increíble agitación, un fermento que sacudía el corazón mismo de la Urbe hasta sus cimientos, y que se había desencadenado contra ellos cuando habían llegado a las puertas de la ciudad. Pese a la escolta de caballería de la que podían gloriarse, el Senado se había visto obligado a mandar un manípulo de legionarios para protegerlos de la multitud encolerizada y custodiarlos hasta el Foro. El rumor de las derrotas sufridas en el Ticino y en el Trebia ya había llegado, y junto a éste el miedo por el nuevo enemigo que se perfilaba en el horizonte, cuya figura, a raíz de la emotividad y los relatos exagerados que traían los correos que mantenían los vínculos con el frente, se estaba ya transformando en una horrible leyenda de muerte y devastación que se cernía sobre Roma desde los territorios del norte.

—Estate tranquilo —le murmuró su padre mientras cabalgaban a través de las calles de la Urbe, atestadas de ciudadanos preocupados y enfurecidos, que, por una parte, pedían información sobre la situación de las fronteras y del avance de Aníbal, y, por otra, insultaban al cónsul por las derrotas sufridas—. Lo arreglaremos todo.

La gente tiene la memoria corta, pronto olvidará su deseo de venganza para concentrarse en la guerra.

Publio no respondió, limitándose a observar a su alrededor con ira, como si pudiera explicar sus motivos con la sola fuerza de la mirada. En realidad, sabía que no serviría de nada; es más, con toda probabilidad su mueca despreciativa no hacía más que fomentar la reacción de la multitud. Sin embargo, nunca relajó la expresión del rostro, hasta que llegaron al Foro y se dirigieron hacia la Curia en que los senadores se habían reunido, a la espera de verlos.

—¿Puedo ir también yo? —preguntó Publio a su padre antes de bajar del caballo.

—Naturalmente —fue la respuesta del cónsul—. Eres mi hijo, y además te necesito para sostenerme sobre las piernas.

Publio se apeó del caballo, ayudó a su padre a bajar y, sujetándolo por un brazo, subió junto a él los peldaños del Foro. Era la primera vez que lo hacía de manera oficial, para ir a conferenciar con el Senado, y desde luego no era aquélla la situación en que se había imaginado en sus sueños de muchacho. En vez de avanzar con la cabeza alta, con la multitud festiva en torno a él ensalzándolo, se veía obligado a sostener a su padre, ignorando los gritos y los insultos que les llovían de todas partes.

—Ahora déjame —le dijo el cónsul al llegar a la gran plaza rectangular del Foro.



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