Camille by Pierre Lemaitre

Camille by Pierre Lemaitre

autor:Pierre Lemaitre [Lemaitre, Pierre]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2012-10-03T04:00:00+00:00


En una sala de la comisaría se sienta un tipo alto, sus papeles dicen que es de Bujanovac, Louis lo comprueba: al sur del país. ¿Dušan Ravic, o su hermano, o su hermana? Cualquier cosa valdrá, todo lo que nos ayude a encontrarlo será bienvenido. El tipo alto ni siquiera comprende lo que le piden, da igual, un policía le suelta una bofetada. ¿Dušan Ravic? Ahora lo entiende mejor, pero no lo conoce. Segunda bofetada. Camille dice: déjalo, no sabe nada. Quince minutos más tarde, tres chicas. Dos de ellas son hermanas, dan pena, no tienen ni diecisiete años; indocumentadas, hacen mamadas en Porte de la Chapelle, sin condón si pagan el doble, delgadas, no son más que piel y huesos. ¿Dušan Ravic? Responden que no lo conocen. No importa, decide Camille, y les explica que las retendrán durante el tiempo máximo autorizado por la ley, aprietan los labios, saben que sus chulos les van a dar una paliza proporcional a la duración del arresto, no les gusta perder dinero —el capital está hecho para circular, para gastar la acera—, y se echan a temblar. ¿Dušan Ravic? Dicen de nuevo que no, así que van camino del furgón policial… A sus espaldas, Camille hace una discreta seña a su compañero, suéltalas.

En las comisarías, los gritos resuenan en los pasillos, las quejas, los que chapurrean francés amenazan con llamar al consulado, a la embajada, como si nos importara algo. Ya pueden llamar al papa si es serbio.

Louis, que no se despega del teléfono, da órdenes, informa a Verhoeven, distribuye los equipos. En su cartografía mental se iluminan pequeñas luces, sobre todo hacia el norte y el noreste. Louis centraliza, informa, despacha. Camille vuelve a subir al coche. Ni rastro de Ravic. Todavía no.

¿Las chicas son todas delgadas? No, para nada. En un edificio en ruinas del distrito XI hay una enorme, de unos treinta años, cuyos niños lloran, son al menos ocho; el padre, en camiseta de tirantes, delgado como un espárrago, no muy alto pero lo suficiente como para mirar a Camille desde arriba, con bigote —todos llevan bigote—, va a buscar sus papeles en un cajón de la cómoda. Todos proceden de Prokuplje, al teléfono Louis dice que está en el centro del país. ¿Dušan Ravic? Se queda callado, pensativo —no, nada, de verdad—. Se lo llevan, los niños se agarran a sus pantalones, en cierto modo su oficio es el melodrama, dentro de una hora estarán en la calle, pidiendo limosna entre la iglesia de Saint-Martin y la rue Blavière con un cartón escrito con rotulador y faltas de ortografía.

En cuestión de información, pocos mejores que los de las timbas. Pasan los días dándole a la lengua mientras las mujeres trabajan, las más jóvenes haciendo la calle y el resto cuidando de los niños. Camille se acerca a una con tres tipos, que tiran sus cartas sobre la mesa con gesto de hastío. Es la cuarta vez en un mes que los molestan, aunque en esta ocasión es



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