Camelot by Giles Kristian

Camelot by Giles Kristian

autor:Giles Kristian [Kristian, Giles]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-05-14T00:00:00+00:00


15

El druida

—Apenas han intercambiado una docena de palabras desde que os fuisteis. —Iselle estaba sentada en un taburete debajo del manzano, desplumando el cadáver de un cisne, que, según me había dicho, había caído en una de sus trampas. Ya había separado las plumas primarias de las alas, que dividiría y cortaría para emplumar las flechas—. He intentado reunirlos alrededor del fuego. Para hacerlos hablar. Y escuchar. —Sacudió la cabeza mientras, con manos rápidas y cierta frustración, iba arrancando otras plumas que se alejaban con la brisa como las flores de un manzano que caen en un año sin frutos—. Ambos son obstinados. Ambos, imposibles.

—Pero ahora que Arturo sabe lo que pretenden lady Morgana y el rey Cerdic, cederá. —Hice una pausa—. Debe hacerlo.

El día anterior, al anochecer, cuando llegábamos de regreso a la finca de lord Arturo y vi el pedernal en que se habían convertido los ojos de Iselle, pensé que Merlín le habría dicho la verdad sobre su nacimiento. Pero pronto se hizo evidente que todavía no sabía nada de eso, y su enfado con Arturo y Merlín se debía, más bien, a la terquedad de ambos.

—Arturo está resentido con Merlín —dijo Iselle—. Dice que Merlín lo abandonó cuando más lo necesitaba. Pero peor que esa traición, según Arturo, es que Merlín se marchara de Britania. O, al menos, que se perdiera de vista.

Miré hacia la casa.

—Pero está aquí ahora. Seguro que Arturo puede hacer a un lado el pasado.

—Arturo cree que Merlín sabía lo de Ginebra —dijo Iselle—. Que estaba perdida. Atrapada entre distintos mundos. —Iselle me miró, y había dolor, no ira, en sus ojos claros—. Y si lo sabía, ¿por qué no volvió antes? —La pregunta era suya, no de Arturo. Sacudió la cabeza, negando—. Arturo no puede perdonarlo. —Suspiró y supe que nosotros, los que habíamos cabalgado hasta Venta Belgarum para que el rey de los sajones nos insultara y amenazara, lo habíamos pasado mejor.

Me quedé mirándola mientras desplumaba brutalmente a aquel cisne, y después de un rato continuó:

—Merlín no es el hombre que yo esperaba ver. He hablado con él. Sostiene que los dioses lo han abandonado, que ya no le hablan, ni es capaz de leer las señales que le envían en el vuelo de los pájaros ni en las entrañas. —Se encogió de hombros.

—¿Y lo de Ginebra? ¿Lo sabía?

—Dice que habría venido antes de haberlo sabido.

—¿Le crees cuando dice que ha perdido sus poderes?

Iselle frunció sus cejas oscuras, reprobándome.

—¿Por qué iba a decirlo si no fuera así?

—¿Pero lo intentará? ¿Traer de vuelta a la señora?

—Sí —dijo, y enfatizó con una cabezada—. Lo intentará.

Miré el animal muerto que sostenía en las rodillas. Ya había quitado la mayoría de las plumas de la capa superior, pero el cuerpo todavía era blanco a causa del plumón suave, y supe que, para cuando Iselle hubiera terminado, parecería como si hubiera pasado una nevada de primavera alrededor de aquel manzano.

—¿Qué pasa, Galahad? —Me miraba mientras seguía arrancando plumas—. ¿Es esto? —preguntó, señalando el trabajo.

Le pregunté



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