Buenos tiempos by Victoria González Torralba

Buenos tiempos by Victoria González Torralba

autor:Victoria González Torralba [Victoria González Torralba]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788419553591
editor: 2023
publicado: 2023-01-17T23:00:00+00:00


Capítulo 20

Me pregunto si los recuerdos que nos asaltan de forma repentina vienen a susurrarnos palabras secretas, a alumbrarnos, a liberarnos de ataduras invisibles. Qué sentido tendrían si no.

De pocas cosas había estado tan segura en la vida como de que no poseía ninguna información que pudiera conducirnos al dinero. A pesar de esa certeza, la sombra de la duda se proyectaba sobre esa convicción. No en vano, unas semanas antes habría jurado sobre la Biblia que nunca había tenido el menor contacto con mi padre.

Pedaleaba con ahínco. A medida que aumentaba la velocidad de mi marcha, se ralentizaba la de mis pensamientos. Esa inversa proporcionalidad entre el cansancio de las piernas y la esponjosidad de la mente me ayudaba a mantener la templanza de ánimo.

Las ruedas de la bicicleta labraban el camino, dejando su marca sobre la primera capa de tierra reblandecida por las últimas lluvias. Algunos mechones de cabello, animados por el movimiento, me acariciaban las mejillas. El cosquilleo me resultaba agradable. Había decidido renunciar a la coleta. Ese cambio insignificante representaba para mí un acto de rebeldía. Durante años había intentado domesticar mis rizos, ocultar lo que consideraba un rasgo vulgar. Me alisaba el pelo lavándolo con cerveza y dejándolo secar enrollado alrededor de la cabeza. El resultado nunca era el deseado, pero me permitía vivir en la ilusión de que sí lo era. Todo aquello había terminado. Me traía sin cuidado tener un pelo desordenado. Cada uno es como es. Ocultar la propia naturaleza resulta agotador, además de inútil. Ya no me importaba mostrar mi cabellera alborotada. Era la hija de un ladrón, qué esperaba, ¿tener el pelo liso y con reflejos dorados como las niñas bien? La mía era una naturaleza arrabalera y con eso había de conformarme. No podía ser otra persona, aunque lo deseara.

Me esforcé por sincronizar mis pensamientos con las evoluciones del paisaje. Conocía la silueta de cada almendro, de cada olivo, de cada algarrobo atormentado.

En mis recorridos solía hacer inventario de las ramas truncadas, de los brotes espigados, de la desenvoltura de cada zarza, del estado de maduración de sus frutos, de los nidos que los abejarucos habían escarbado en las lomas de tierra, de las piedras arrastradas por la lluvia, en definitiva, de todos aquellos elementos que formaban parte de mi soledad.

Cuando el calor y el cansancio empezaron a incomodarme, abandoné la bicicleta sobre los restos de un muro y me encaramé a un algarrobo. Elegí un ejemplar junto a la confluencia de dos caminos. Desde su ubicación se podía ver sin ser visto. Esa preeminencia me hacía sentir poderosa y un poco tonta también. Por aquellos andurriales no pasaba nadie, si acaso, algún pastor de caminar cansado acompañado de un rebaño de cabras que dejaba la tierra sembrada de desaliento y excrementos resecos.

Mordisqueé un melocotón, regalo de un payés cliente del bar, que había guardado en mi capazo. Su sabor, fresco e intenso, llenó mi boca. Parte del jugo se deslizó por mi barbilla. No me importó que alcanzara la camiseta.



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