Brumas by Nieves Hidalgo

Brumas by Nieves Hidalgo

autor:Nieves Hidalgo [Hidalgo, Nieves]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Romántico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-05-17T16:00:00+00:00


Capítulo 25

Eleanor se esforzaba por relajarse. Quería dejarse llevar pero se interponía ese recelo de toda mujer hacia el varón, inculcado desde siglos, que hacía de la virtud un trofeo. Cliff arremetía con sus besos y entonces se le olvidaban sus demonios personales y temblaba como una hoja. Su sangre emprendió una loca carrera por las venas. Era imposible mostrarse desapasionada cuando la besaba así, como si una mariposa batiera alas en sus labios. Era la suya una boca caliente que sabía a pecado. Suspiró al amparo de sus labios en su cuello, allí donde una vena latía errática. Cerró los ojos y se abandonó a sus brazos.

—¡Eres tan hermosa, Eleanor!

No, no lo era, se dijo a sí misma. No pasaba de ser bonita. Pero, viniendo de él, sonaba a música. ¿Qué mujer no se ablandaría ante la alabanza?

Ellis tanteó con los dientes la base de su cuello, se recreó en la clavícula, llegó al escote. Mientras, sus manos lisonjeaban su espalda, subían hasta los hombros, se deslizaban costados abajo. El suave masaje era una marea cálida que invadía a Lea prestándose al juego erótico que hasta entonces le había sido denegado. Estaba ardiendo y respiraba entrecortadamente.

—Para, no sigas —suplicó.

Cliff obedeció a duras penas. Tenía la fruta madura, a su alcance, pero la abandonaría aunque la ansiaba como un loco. Apoyó su frente en la de ella y cerró los ojos con fuerza constriñendo su ardor, expeliéndose el aliento uno a otro, oscilando en un tobogán sensorial inexplorado para ambos por diferentes razones. Eleanor temía porque desconocía y él, ahora se daba cuenta, porque en su afán erótico se estaba convirtiendo en un títere al que no reconocía.

Clavó la mirada en ella y Lea se ahogó en las profundidades de sus ojos color plata. Tenía que decir algo. Lo que fuera. Era eso o pedirle que la tomase ya, y no se veía preparada aún.

—Se supone que ya hemos finalizado nuestro acuerdo, ¿no?

—¿Importa realmente, mi bella duquesa?

¿Le importaba? En realidad creía que había tenido suerte casándose con él. ¿Cuántas de sus conocidas debían soportar a un marido de edad avanzada, o nada atractivo, o peor aún, agresivo? Cliff, por el contrario, era joven, misterioso y considerado y, a tenor de lo comprobado, un gran seductor.

—¿Otra copa? —ofreció.

Lea no pudo reprimir una risita.

—Creo que sí queréis emborracharme, señor mío.

—«Señor mío» —repitió él, guasón, y tan cerca de sus labios que estuvo a punto de auparse y besarlo—. Si de veras fuese tu señor no me rechazarías.

—No te rechazo. Llegamos a un acuerdo que…

—Lo sé —cortó él, agriando un poco el gesto—. No voy a obligarte. Tómate todo el tiempo que necesites, pero te aseguro que voy a cobrarme la deuda al completo.

—¿No podríamos… dejarlo para mañana? —sugirió ella.

—No.

—Por favor.

—No, mi preciosa escocesa. —Y su semblante adusto le dijo a Lea que estaba irremisiblemente perdida—. Esta noche. Creo que ya es hora de saldar el débito. Todas y cada una de las caricias.

—Es que… he perdido la cuenta.

—Yo, no.

La elevó en el aire tomándola de la cintura y con mucha delicadeza la sentó en el borde de la cama.



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