Brigada antivicio by Curtis Garland

Brigada antivicio by Curtis Garland

autor:Curtis Garland [Garland, Curtis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO V

Roy Stubb estudió lo que le rodeaba con aire distraído, indiferente, como si pasara de todo aquello olímpicamente. Pero lo cierto es que sus agudas pupilas no se perdían el menor detalle de cuanto sucedía cerca de él en el ámbito multicolor y estridente del Superstar.

Era una discoteca como cualquier otra de la ciudad, tan llena de ruido, chicas de falda corta y de largos muslos, chicos en ceñidos jeans y chaquetas de cuero, numerosos clientes también de más edad, de ambos sexos, muchos de ellos en busca de pareja joven con la que «ligar» a base de dinero. Y todo ello con luces parpadeantes de mil colores, estruendo musical por parte del conjunto de tumo, alternándose con momentos de música «enlatada», en forma de los hit parades discotequeros del momento, puestos en acción desde la cabina del disk-jockey de turno. Stubb observó que no era el mismo del Pop-Show, pero sin embargo, descubrió a éste, llamado Al Sande, según declaración de Stark Mercury, deambulando por la sala. En un par de ocasiones, entró en la cabina discográfica, reuniéndose con el disk-jockey de la Superstar, con quien charló animadamente.

También descubrió Stubb al batería de The Skulls, Charlie Ford, pero ni rastro de Mercury. Por su aspecto, Charlie parecía bajo el efecto de la droga. Deambulaba por la sala como sonámbulo o bailoteaba con alguna que otra chica con aire espasmódico y ojos turbios.

—¿Te divierte estar tan solo?

Stubb alzó la cabeza. La pregunta venía de labios de una mujer. Una joven mulata de formas agresivas, cuya camiseta estampada realzaba la prominencia de unos grandes y duros pechos, cuyo pezón se marcaba claramente contra el tejido.

—No, en absoluto —sonrió Roy—. Mi desgracia es no tener pareja.

—Pues ya la tienes —ella se sentó frente a él con desenvoltura, cruzándose de piernas. Su falda era tan corta que Stubb pudo ver sus bragas color rosa, entre los firmes muslos color bronce—. Si no te molesto, claro…

—¿Molestarme una chica como tú? —Él se echó a reír—. Me sorprende no haberte visto antes por la pista. No me hubieses pasado desapercibida, encanto.

—Es que no estaba en la pista. No me gusta bailar con cierta gente. Me llamo Vanity.

—Bonito nombre. Yo, Roy. Me alegra conocerte. ¿Tomas algo?

—No me he sentado contigo para que me convides, Roy.

—No he dicho eso. Te invito yo, Vanity.

—Eso es diferente —suspiró ella. Hizo un gesto a un camarero—. Un gin-lemon.

Se lo sirvieron. Stubb admiró su cuerpo sensual, sus labios carnosos, su pelo rizado, su mirada insinuante. Ella se inclinó hacia él. Casi puso sus pechos sobre la mesa.

—¿Por qué me miras así? —preguntó.

—Porque me gustas.

—También me gustas tú a mí. Tienes clase. Y eres guapo. Eso ya debes saberlo.

—Algunas lo han dicho, pero no suelo hacer mucho caso. No soy presumido, ¿sabes?

—Mejor. Detesto a los presumidos. Aquí vienen muchos. Y de todos los colores, no sólo blancos… Es raro que vengas solo a un lugar como éste. Casi todo el mundo viene con pareja.

—Tuve una pelea con ella esta noche. Me dejó solo.



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