Biltriu by Pablo Silva

Biltriu by Pablo Silva

autor:Pablo Silva [Pablo Silva]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Caligrama
publicado: 2024-09-29T00:00:00+00:00


Capítulo 17

Aldea de Piñera, Asturias

Año 1998 (siete meses después de la desaparición)

Antón, el taxista que había llegado de Oviedo, compartió la triste noticia que conmocionó los corazones de todos en Piñera. Había tenido que ir al concesionario de Peugeot a pasar la revisión de su taxi y alguien le comentó que don Mateo había fallecido dos días antes, víctima de la grave enfermedad que padecía. La gente se preguntaba qué más sucedería, como si el destino se hubiera ensañado con la aldea y quisiera castigar a todos sus habitantes. Primero, la desaparición y ahora, el fallecimiento del querido sacerdote. La noticia del fallecimiento del párroco se difundió con rapidez por todo el condado, como si fuera llevada por el viento.

Mi padre se enteró en el mismo autobús que lo llevaba a la mina de Mosquitera cada día. Un compañero, el que se encargaba de la máquina de perforación de su turno, se lo comunicó y le informó de que, esa misma tarde, habría un funeral por su eterno descanso en la aldea. Él, mejor que nadie, sabía que la vida del párroco tenía los días contados. Aun así, le entristeció mucho. Sobre todo, porque, hasta ese momento, no había sido capaz de cumplir con el encargo encomendado por el sacerdote, lo que le provocaba un fuerte sentimiento de culpa al sentir que, de algún modo, lo había defraudado.

Eran las cinco de la tarde en un enero especialmente frío y lluvioso cuando la campana de la iglesia comenzó a repicar a difuntos. Poco a poco, los fieles, envueltos en abrigos y bufandas, intentando resguardarse del frío implacable, fueron llegando para dar su último adiós y honrar al párroco fallecido. Mis padres se retrasaron un tanto, ya que antes mi madre tuvo que ir a Nava para el control del embarazo al estar en su último mes de gestación, y mi padre llegó de la mina con la hora justa para ducharse y vestirse. Por ello, no les quedó más remedio que ocupar los bancos de la parte trasera, pues la pequeña iglesia estaba abarrotada.

Al carecer de un sistema de calefacción, el interior del santuario estaba helado. Dos pequeños radiadores de infrarrojos, colocados de manera estratégica en las columnas laterales, intentaban en vano proporcionar calor al lugar. La luz anaranjada que emitían aquellos aparatos se reflejaba directamente en los rostros tristes de los asistentes y creaba misteriosas sombras que contrastaban con los contornos angulosos resaltados por esa luz.

Desde los bancos de atrás, se podía observar una bruma sobre las cabezas de los feligreses, generada por el propio vaho exhalado, que se entremezclaba con los tonos anaranjados.

Amigos y vecinos cercanos a don Mateo subieron al púlpito y pronunciaron conmovedoras palabras en su memoria. Junto a una homilía emotiva y cercana, hicieron que aquel funeral se convirtiera en una ocasión íntima y significativa para todos los presentes.

Cuando llegó el momento de la comunión, mi padre optó por quedarse sentado en el banco, si bien mi madre se acercó a recibirla. Durante esa breve espera, sin tener nada en particular que hacer, miró a su alrededor de forma involuntaria.



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