Bichos by Miguel Torga

Bichos by Miguel Torga

autor:Miguel Torga [Torga, Miguel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1940-01-01T00:00:00+00:00


Tenório

Ésta es la verdadera historia de Tenório, el gallo.

Nació de una nidada que la señora Maria Puga había puesto cariñosamente bajo las alas cluecas de la Pinta, el 12 de enero, a las tres de la tarde. En cuanto la vieja lo vio salir del cascarón, dijo:

—Ése es pollo.

Y lo era, efectivamente. Aquel simulacro de cresta que traía del huevo, pocas semanas después parecía una mitra. Y nadie volvió a poner en duda que era un pollo. Respecto a sus dos hermanos, tiñosos y frioleros, se mantuvo la incógnita durante mucho tiempo.

—António, ¿a ti qué te parece?

—No sé qué decirte, mujer.

—El de delante sí, no puede negarlo. Aquellas tres son pollitas, seguro. Ahora, estos dos engendros…

Pollos también, pero unos inútiles. En cuanto veían un gavilán sobre el corral, daban pena:

—Pío, pío, pío…

La madre tenía que dejar de picotear.

—Pío, pío, pío…

¡Incluso escondidos bajo sus alas se cagaban de miedo! Él, sin embargo, seguía al descubierto, desafiando a aquel enemigo que planeaba allá en lo alto.

—¡A éste lo dejo para gallo!

Y ¡era una mujer de palabra! En mayo, por la Ascensión, cuando se encontró a sus hermanos degollados y desplumados, no pudo evitar un escalofrío. ¡Menuda broma! Gracias a Dios, su ama sabía distinguir el trigo de la cizaña y lo dejaba para simiente… ¡Un bello porvenir, no podía quejarse! Es cierto que en ese momento no estaba todavía en condiciones de apreciar debidamente la suerte que había tenido. A pesar de que la simple certidumbre de seguir viviendo le llenase el alma de una fe ciega en el futuro, sólo tiempo después llegó a ver claramente la grandeza de su destino. Y cuando lo comprendió, a punto estuvo de reventar de orgullo.

Fue en octubre, al amanecer… ¡Qué gran día aquél! Tras un sueño profundo, se había despertado temprano, cuando el alba comenzaba a colarse por los agujeros de las cerraduras. Un silencio de iglesia. El olor fuerte del mosto que fermentaba en la bodega, dulzón, se le metía en el cuerpo y le inspiraba sueños de voluptuosidad. Y, en medio del mutismo de las cosas y de aquel perfume embriagador, empezó a sentir un ansia tal de hinchar el pecho y ponerse a cantar, que llegó incluso a pensar que tenía fiebre y estaba delirando. Pero no. Felizmente, su salud no podía ser mejor. Esa extraña sensación que le atormentaba no era más que una necesidad de expansión, un querer anunciarle al mundo algo, pero sin saber qué. Aterrado, paralizado por el miedo y el pudor, con un movimiento instintivo de defensa, cerró la garganta. No le sirvió de nada. ¡De haber seguido impidiendo la salida de aquel himno de saludo a la luz que estaba naciendo, hubiera reventado! No había voluntad capaz de amordazar el grito irresistible que lo ahogaba.

Y cantó:

—¡Ki-ki-ri-kii!…

Despertó a todo el mundo. Fue como si de repente hubiese caído un rayo en el gallinero y los hubiese despertado a todos: a su madre, a sus hermanos y a sus primos. Hasta él, en cuanto el grito le salió de la boca, se quedó de piedra.



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