Bajo la misma estrella by Green

Bajo la misma estrella by Green

autor:Green [John Green]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788415594048
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2012-05-11T04:00:00+00:00


Paseamos por el canal mientras anochecía. A una manzana del Oranjee nos detuvimos en un banco de un parque rodeado de viejas bicicletas oxidadas atadas a armazones de hierro. Nos sentamos muy juntos frente al canal, y Augustus me rodeó con su brazo.

Del barrio rojo surgía un resplandor. A pesar de su nombre, la luz que desprendía era de un inquietante tono verde. Imaginé a miles de turistas emborrachándose, drogándose y dando tumbos por las calles estrechas.

—No me creo que vaya a contárnoslo mañana —le dije—. Peter van Houten va a contarnos el famoso final no escrito del mejor libro del mundo.

—Y además nos ha pagado la cena —me dijo Augustus.

—Supongo que esperará a que le contemos lo que pensamos, y después se sentará con nosotros en el sofá de su comedor y nos dirá en voz baja si la madre de Anna se casó con el Tulipán Holandés.

—No olvides a Sísifo, el hámster —añadió Augustus.

—Claro, y también qué deparaba el destino para Sísifo, el hámster.

Me incliné hacia delante para ver el canal, que estaba lleno de aquellos pálidos pétalos de olmo. Era ridículo.

—Una segunda parte solo para nosotros —agregué.

—¿Y qué supones que nos dirá? —me preguntó.

—De verdad que no lo sé. Le he dado mil vueltas. Cada vez que lo releía pensaba una cosa diferente, ¿sabes?

Augustus asintió.

—¿Tú tienes alguna teoría? —le pregunté.

—Sí. No creo que el Tulipán Holandés sea un farsante, pero tampoco es rico, como pretende hacer creer. Y creo que, después de que Anna muera, su madre se va a Holanda a vivir con él pensando que vivirán allí para siempre, pero no funciona, porque quiere estar cerca de donde estaba su hija.

No era consciente de que Augustus hubiera pensado tanto en el libro, de que Un dolor imperial le importase al margen del hecho de que me importara a mí.

El agua lamía en silencio las paredes de los canales de piedra. Un grupo de amigos pasó pedaleando y gritándose en su lengua gutural. Había pequeños barcos, no mucho más grandes que yo, medio hundidos en el canal. Me llegaba un olor a agua largo tiempo estancada. El brazo de Augustus me presionaba contra él, y su pierna real estaba pegada a la mía desde la cadera hasta la punta del pie. Me incliné un poco hacia su cuerpo e hizo una mueca de dolor.

—Perdona. ¿Estás bien?

Dejó escapar un sí con evidente dolor.

—Perdona —repetí—. Tengo los hombros huesudos.

—Tranquila —me dijo—. La verdad es que me gustan.

Nos quedamos allí sentados mucho rato. Al final retiró el brazo de mis hombros y se apoyó en el respaldo del banco. Pasamos casi todo el tiempo observando el canal. Yo pensaba en que habían conseguido crear aquel lugar aunque debería haber estado debajo del agua, y en que yo era para la doctora Maria una especie de Amsterdam, una anomalía medio sumergida, y eso me llevó a pensar en la muerte.

—¿Puedo preguntarte por Caroline Mathers?

—Luego dices que no hay vida después de la muerte —me contestó sin mirarme—. Pero sí, claro. ¿Qué quieres saber?

Quería saber que estaría bien si yo me moría.



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