Bajo el río Blackwater by Leslie Wolfe

Bajo el río Blackwater by Leslie Wolfe

autor:Leslie Wolfe [Wolfe, Leslie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-04-23T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VEINTINUEVE

Desobediencia

Desde que él se había ido, apenas había salido de la cama, con el cuerpo dolorido por todas partes y la mente enfurecida y gritando por dentro. Era la última hora de la tarde, el sol descendía ya, a punto de alcanzar la árida arbolada del bosque visible a través de la ventana del salón.

Hacía frío, y Kirsten temía salir de la cama, aunque eso fuera lo que tuviera que hacer para encontrar otra manta o pedir prestado un jersey a una chica sin nombre que una vez estuvo en su lugar.

Pronto oscurecería.

Una lágrima quemó su sien helada mientras se deslizaba hacia la almohada. Recordaba la noche anterior con imágenes vívidas y desgarradoras que no podía sacarse de la cabeza. Cómo lo había esperado durante horas después de que cayera el manto de la noche, calentando la casa con la estufa y utilizando como luz una lámpara de mesa del dormitorio, enchufada a la toma libre detrás del frigorífico. Cómo había oído su coche aparcando en la entrada y había corrido a cortar la luz y apagar la estufa. Cómo él se había detenido en la puerta, olfateando el aire, sintiendo que hacía demasiado calor.

Entonces había desatado su ira contra ella por su desobediencia.

—¡Te he dicho cómo me gusta que se hagan las cosas! —le había gritado, tan cerca de ella que podía sentir el aire vibrar con su rabia—. Te lo advertí, no me obligues a hacer cosas que no quiero hacer.

Ella sollozaba y suplicaba clemencia mientras él la miraba fijamente, consumiendo con lentitud su ira hasta reducirla a fuego lento. Luego fue hacia la puerta con el mismo mando que nunca soltaba en la mano y la abrió de par en par, dejando que el aire frío y húmedo llenara la casa. Pronto volvieron a castañetearle los dientes y empezó a temblar bajo las tres capas de ropa que se había puesto.

Eso tampoco le gustó. La desnudó y la mandó a ducharse, recordándole con una voz que no dejaba lugar a discusiones que no se secara el pelo, que se envolviera en una toalla y saliera.

Sabía por qué, y sabía lo que la esperaba cuando lo hiciera.

Bajo la ducha, aún temblando a pesar del agua caliente que le escaldaba la piel, recordó lo cariñoso y anhelante que le había parecido la noche anterior. También recordó cómo, cuando estaba en casa de su padrastro luchando contra Barriga Cervecera y sus secuaces, sus intentos de zafarse de las manos que la sujetaban solo conseguían excitar más a los lujuriosos hombres, alimentando su hambre.

¿Y si la oportunidad de huir requiriera que fuera inteligente y astuta? La mera fuerza no había servido de nada contra los cristales de la ventana, y tampoco lo haría contra su enorme cuchillo.

Cuando salió del baño aquella noche, sabía lo que la esperaba. La casa, fría y envuelta en la oscuridad. Él, todavía un poco enfadado, pero bastante predecible, repitiendo los mismos movimientos de la noche anterior y de todas las otras noches, como si ensayara un papel en una obra sin público ni luces.



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