Azúcar y canela by José Antonio Moreno

Azúcar y canela by José Antonio Moreno

autor:José Antonio Moreno [Moreno, José Antonio]
La lengua: eng
Format: epub
editor: Romantic Ediciones
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo Diecinueve

Erik Knudsen revivió toda la vertiginosa excitación de lo que recordaba como los mejores tiempos de su vida días más tarde.

Lo mismo le ocurrió a Rachell McIntyre. S e mostraba soñadora cada vez que no se encontraba con él, y misteriosa y seductora cuando disfrutaba de su compañía.

De no ser por Erik, el resto de la travesía hubiera sido una auténtica locura para ella. Donna, sumida en una profunda depresión, no paraba de llorar. Able, por su parte, excusa do en una fuerte jaqueca, pasaba las horas encerrado en su camarote metido en la cama. Había desmejorado mucho en los últimos días. Los disgustos, siempre le jugaban una muy mala pasada. Las arrugas se habían apoderado aún más de su avejentado rostro, y se mostraban cuales surcos de un arado en una tierra pobre y baldía.

Lloyd Schuller y Brent Sherman le echaban de menos, y se lo hacían saber durante los escasos encuentros que mantenía con ambos al atardecer.

La prolífica mesa de antaño en el Comedor Cristal, se había convertido en el centro de las miradas del resto del pasaje. A nadie le pasaba inadvertida la ausencia de Able McIntyre. Que Stuart Mitchell llevara tanto tiempo sin aparecer, era pasto de las habladurías de la gente. Que Donna, su mujer, tampoco lo hiciera, acentuaba más la intriga de las abigarradas damas y los estirados caballeros que formaban parte del cortejo de primera clase. El chismorreo con el que Lloyd Schuller, cotilla por antonomasia, tenía acostumbrado a la mayor parte del pasaje no ayudaba, por otra parte, demasiado.

Alguien llamó al otro lado de la puerta del camarote de Rachell McIntyre distrayéndola de sus pensamientos.

Recorrió los escasos metros que la separaban del pomo saltando como una colegiala. Esperaba con ansia la llegada de Erik. Sus ilusiones se desvanecieron cuando se encontró con el señor Sherman.

―Hola querida. Espero no importunarte.

―No se preocupe, tío Brent. Pase.

―¿ Cómo está el viejo Able?

Sonrió y le besó en la frente.

―Sigue en la cama. No quiere ver a nadie…

Arrugó el ceño.

―Es terco como una mula ―sentenció, alzando las manos hacia arriba en señal de súplica―. Jamás he conocido a una persona tan tozuda.

―Sí ―afir mó―. Desafortunadamente, lo es. ¡A mí me lo va a contar!

―¿ Y Donna?

―No para de llorar ―dijo encogiendo los hombros―. Es comprensible.

―Debe ser muy duro pasar el trance que le ha tocado vivir. Y más en estas circunstancias… ―suspiró ―. A ver si llegamos pronto a Brasil y todo se calma un poco.

―No veo la hora de regresar a Inglaterra… ―dijo ella―. Allí todo sería más fácil. Mucho más fácil ―reiteró.

―Ciertamente.

El carillón que había sobre la chimenea marcó las doce de la mañana. La puerta sonó segundos después. Esta vez sí que tenía que ser Erik.

―Vienen a buscarme, tío Brent.

Sus ojos mostraban cierta excitación. Cogió los guantes, se envolvió en una capa de paseo color verde agua y abrió la puerta.



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