Avidez by Lina Meruane

Avidez by Lina Meruane

autor:Lina Meruane [Meruane, Lina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-07-06T00:00:00+00:00


Lo profundo

No se iba a dejar coser el agujero que ellos le habían hecho.

Se lo habían dejado ahí, ese ojal de piel auscultando lo profundo, ese ombligo abierto, supurante, protegido apenas por un parche que bordeaba los pelos de abajo. Era un parche ya sucio, que arrancaba esos pelos ocasionales cuando ella retiraba la gasa para exhibir su perfecto boquete. El que ellos le habían hecho en el pabellón para quitarle lo podrido. El que habían decidido dejar así, descosido, arguyendo que el agujero aún debía soltar su pus, escurrir la recóndita mugre que ella había acumulado. Solo después podrían volver a cerrarlo.

No se iba a dejar coser.

Eso fue lo que dijo, definitiva, contundente, sin permitir que se le agitara la voz: ese no inquebrantable se deslizó desde su casa desvencijada hasta el desportillado hospital público a bordo del hilo telefónico. Le llegó vuelto un piedrazo, a la secretaria (se quedó un instante quieta, conteniendo el aire).

¿No se había sentido con fuerzas suficientes para acudir a la cita de cierre?, golpeó de vuelta, la secretaria, rechazando el no de la operada como una pelota, pateándolo con ira, ese no. ¿Y cómo que había regresado al trabajo, tan pronto?, prosiguió, mal encarada, raspando la punta seca de su lapicera sobre la ficha, sacándole tinta a la fuerza, ¿así nomás se fue a trabajar, con el hoyo descosido?

Le había espetado esa segunda sospecha la sombría secretaria del hospital. Pero de inmediato se corrigió, avergonzada, ruborizada, reconvenida acaso por el codazo que le propinó su compañera al oír la vulgaridad que acababa de proferir esa boca secretarial, esos labios enrojecidos, resecos, abrillantados por la saliva agria de la funcionaria; se corrigió entonces ella, quiero decir, dijo, ¿salió a trabajar con el agujero abierto?

No, repitió la recién operada, diciéndose que no regresaría nunca al pabellón; muchas gracias pero no, y ese monosílabo penetró otra vez el hilo cardíaco del teléfono y llegó entero al otro lado para dividirse entre las dos secretarias que ahora le prestaban oreja.

Buscando recuperar el control de la conversación la primera secretaria le dio un empujón a la segunda, hincó la cabeza ligeramente entre sus hombros, y bajando el tono cuanto le fue posible le dijo a Mirta (ese era el nombre apuntado en la ficha), le susurró acusatoria, a Mirta, que ellos la habían estado esperando la tarde anterior, vestidos de verde, con las manos enguantadas hasta los codos, con las bocas enmascarilladas conteniendo chistes putrefactos sobre sus enfermeras, pensó asqueada la secretaria, y seguro habría algún chiste sobre ella, ella que los dejó esperando con la aguja levantada sosteniendo un hilo plástico y ondulante en la brisa artificial del mal ventilado pabellón.

Dejar plantados a los médicos es muy grave, señorita Mirta, pero aún más peligroso, insistió, levantando la voz con un retintín sabiondo (sus sílabas dando tumbos por los embaldosados pasillos hasta el patio interior del hospital vetusto), muchísimo más peligroso que ande por la calle con un hoyo descosido. Si el hoyo, o el agujero, volvió a



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