Aurora Leigh by Elizabeth Barrett Browning

Aurora Leigh by Elizabeth Barrett Browning

autor:Elizabeth Barrett Browning [Browning, Elizabeth Barrett]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1856-01-01T00:00:00+00:00


LIBRO SEXTO

Los ingleses tienen una manera insular y despectiva

de denominar la frivolidad francesa. La frivolidad

solo está en quien lo juzga, y sin embargo, esa idea pervive.

Porque si se dice una tontería con la frecuencia suficiente

(y este es el secreto de centenares de credos:

la gente asume opiniones como los niños aprenden a deletrear,

por reiteración, principalmente), esa misma cosa

pasará al final por ser esencia de la sabiduría,

y no para los estúpidos solamente. Y así,

nosotros decimos que los franceses son frívolos, como si dijéramos

que los gatos maúllan, o que las vacas dan leche…

o, más bien, que los gatos dan leche y las vacas maúllan.

Porque ¿qué es la frivolidad sino inconsecuencia,

una vaga fluctuación entre el efecto y la causa

que no está impulsada ni por el uno ni la otra? ¿Acaso es frívola la bala

que se lanza desde el cañón del arma, mientras el ojo

parpadea, y el corazón late, y se aplasta

como una hostia en la diana de una pared,

a cien pies de distancia? Igual de directos,

e igual de implacablemente tercos en sus objetivos,

así son los franceses.

Idealistas,

demasiado generalistas y demasiado serios, para ellos

la sola idea de un cuchillo es capaz de cortar carne real;

y sin embargo, devorando el seguro espacio

que la Naturaleza sitúa entre la idea y el acto

con esos espíritus tan agresivos e impacientes,

amenazan con una conflagración mundial

y se abalanzan con la lógica más carente de escrúpulos

a unos objetivos imposibles. Diles a tus oradores

que los arenguen con voces airadas y encendidas,

con consignas, burlas o sentimientos,

esos trucos que conducen a nuestras brutales hordas inglesas,

como si fueran corderos, allá donde los generales desean…

No, estos frívolos franceses no se dejarán guiar.

Se revuelven, de hecho. Entonces giran

sobre algún pivote central de su pensamiento y gusto

y cambian de dirección con la fuerza de una voluntad feroz.

Esto es difícil de entender para los ingleses,

poco acostumbrados a las cuestiones abstractas y poco dispuestos

a seguir el recorrido, clave tras clave,

de esa raíz de sucesivos bulbos que componen una verdad general,

y percibir qué tegumentos delicados y sutiles

separan los distintos compartimentos. La misma libertad

es algo concreto para nosotros, los ingleses, algo comprensible,

fijado de una forma feudal y encarnada

para ajustarse a nuestra forma de pensar y de honrar,

una forma especial, en nosotros, que tiene importancia.

Digo «nosotros» aunque yo soy de Italia,

porque mi madre lo fue de nacimiento y tumba, y mi padre de tumba

y recuerdo; dejémoslo: el corazón de un poeta

puede acoger perfectamene dos nacionalidades,

por muy mal que quepan en el pecho de una mujer.

Y también soy capaz de amar a esta noble Francia,

la poeta de las naciones, que sueña

y llora (mientras la casa se derrumba en ruinas)

siempre tras algún buen ideal:

la igualdad de los sexos, algún amor no reconocido

y puro, alguna fraternidad espontánea,

alguna riqueza que no deja a nadie pobre y a nadie esclaviza,

alguna libertad para muchos, que respeta

la sabiduría de pocos. ¡Sueños heroicos!

Es sublime pensar así; y natural despertar:

y triste emplear estos nobles andamiajes,

levantados para la construcción de una iglesia,

para construir un burdel… o una prisión.

¡Que Dios salve a Francia!

Pero cuando Francia ha insuflado

su gran espíritu en el rostro de un gran hombre,

y



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