Aura negra by Marta Borruel Álvarez de Eulate

autor:Marta Borruel Álvarez de Eulate [Borruel Álvarez de Eulate, Marta]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2023-02-23T00:00:00+00:00

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La primera noche que Ioana pasó en España no pudo pegar ojo hasta que la luz del alba comenzó a filtrarse por las rendijas de la persiana iluminando una sencilla estancia en la que apenas había una cama, un espejo en el techo y un lavabo en una esquina. De un perchero situado junto a una ventana minúscula colgaba un albornoz raído. La pequeña maleta que contenía los rescoldos de su vida en Rumanía yacía al lado de la puerta. Ella estaba sobre la cama, totalmente vestida. Ni siquiera se había quitado las botas con las que había salido del invierno de su tierra, por lo que sentía las piernas y los pies entumecidos. De golpe recordó la conversación que había mantenido la noche anterior con Lazslo y que había terminado con ella en aquel cuartucho. Le había dicho que hoy conocería a su encargada y le había advertido que se limitara a obedecerla o tendría que vérselas con él. Había pasado llorando media noche hasta que, casi al alba, había terminado por resignarse y asumir que él la había engañado. No se casaría con ella. Nunca había entrado en sus planes celebrar ninguna boda. Lo único que pretendía era conseguir mano de obra barata para su negocio, para la fábrica en la que la iba a colocar. Y esa misma noche trazó un plan. Cuanto antes empezara a trabajar, antes podría ahorrar para comprar un billete de vuelta a casa. Su bolso, el pequeño bolso en el que llevaba la documentación, las fotos de sus padres, un pañuelo bordado por su madre y el poco dinero que había traído de Cluj-Napoca, estaba sobre la maleta. Recordó que dentro llevaba una libreta y un pequeño lápiz. Se levantó con el ímpetu de querer comenzar un gran empeño y rebuscó en el bolso hasta que sus dedos toparon con el cuadernito. Cogió el lápiz y con pulcro y redondo trazo escribió: «13 mai, prima zi în Spania»[1].

De pronto sintió cierto alboroto en el pasillo. Se acercó sigilosa hasta la puerta y pudo percibir pasos presurosos, risas e incluso un lejano canturreo. Supuso que se trataría de un grupo de huéspedes del hostal, por lo que decidió aventurarse a ver si conseguía alguna información de dónde se encontraba. Se arregló el pelo con las manos, se metió la camiseta por dentro del pantalón, se pellizcó ligeramente las mejillas hasta conseguir un ligero rubor y respiró hondo; en algún lugar tenía que estar la cafetería. Le temblaban las manos y sentía un ligero pero perceptible deseo de echarse a llorar, pero había tomado una decisión: ese era su primer día en España y lo iba a afrontar con valentía. Suponía que, durante los dos próximos meses, en el peor de los casos tres si el precio del billete era muy costoso, conseguiría ahorrar el dinero suficiente como para volver a su hogar. Pediría perdón a su madre por no haberla escuchado y suplicaría a su padre que le permitiera comenzar de nuevo y borrar esa equivocación.

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