Aunque diga fresas by Andrea Ferrari

Aunque diga fresas by Andrea Ferrari

autor:Andrea Ferrari [Ferrari, Andrea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


11

La cercanía del peligro lo dejó a Claudio aturdido, como si él hubiera recibido el golpe que en realidad dio en la cara de Mariana. Pero no tuvo tiempo para detenerse a pensarlo demasiado porque estábamos en época de exámenes y la Literatura, la Historia y la Geografía aparecían en nuestro horizonte más amenazantes aún que la Bestia.

Tuvimos unas semanas en que apenas levantamos la cabeza de los libros. En ese tiempo me pareció que Claudio iba perdiendo cada día un poco de su habitual alegría, como si se fuera destiñendo lentamente. El viernes, después de dar el último examen, Sergio sugirió salir a celebrar. Como teníamos poco dinero, caminamos sin rumbo fijo, entrando en las tiendas a mirar discos o libros. Pensé que eso no parecía una celebración de nada, tal vez porque Claudio apenas sonreía. Y supongo que como suele ser él quien más brilla entre nosotros, verlo apagado echaba cierta sombra sobre los demás. Cuando cruzábamos un parque, nos agarró un temporal y en pocos minutos la lluvia helada nos caló hasta los huesos. Nos refugiamos en un café, ensopados y muertos de frío. Mientras esperábamos que nos trajeran un chocolate caliente, Claudio soltó su frase:

—Todo está perdido.

Me pareció un poco melodramático. Le dije que no era para tanto, ni la lluvia ni que hubiera respondido una burrada en la tercera pregunta del examen de Historia. Que la ropa se seca y las malas notas se pueden levantar. Suspiró y dijo que yo no entendía nada, que lo perdido era mucho más.

—Toda mi vida se desbarrancó.

Sergio se rió.

—¿Estás practicando para actor de telenovela? —preguntó.

La frase terminó por empeorar el mal humor de Claudio, que se encerró en un silencio empecinado. Fue solo la insistencia y el dulce tono de Mariana lo que finalmente logró hacerle hablar. Las cosas, nos dijo entonces, se le habían torcido de un modo que parecía irrecuperable. Para empezar, el asunto de Macarena, que lo ponía en la mira de la Bestia. Y luego su padre, que andaba peor que nunca.

Pensé que al fin y al cabo Macarena le gustaba. Aunque había esquivado mis interrogatorios todo lo que pudo, era evidente que la indiferencia que pretendió aparentar no había sido más que una máscara. Esta vez no se lo pregunté.

—Ella te gusta, entonces.

—Por supuesto. Todavía no termino de creerme que yo le guste a ella.

—¿Por qué?

—No sé qué pudo verme una niña así.

—No cuentes muchos detalles, que se va a enfadar.

—¿Qué detalles?

—Como que estaba mortalmente asustado ante la posibilidad de que la Bestia lo matara si salía con Macarena. O que le compró ese horrible osito de peluche rosa y luego no se atrevía a dárselo.

—Estaba muy bien el osito. Vos sos incapaz de entender un gesto tierno.

—Mira, era ridículo. Pero lo que más le preocupaba era el otro asunto.

—¿Qué asunto?

—Lo de la denuncia. Ponte en su lugar, no era fácil.

—Es cierto, me olvidaba.

Aquel día, Claudio nos sorprendió al decir que no iba a llamarla a Macarena porque entonces las cosas se le podían poner aún peores de lo que ya eran.



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